V uelve el del talante. Pero que no se asuste el personal, socialistas incluidos, porque Zapatero en realidad se va, deja el Consejo de Estado y se va a Alemania a presidir una organización internacional, o algo que se le parece. Pero ha vuelto a hablar, dejando un reguero de opiniones que no sirven para otra cosa que para refrendar su mediocridad, que es la mediocridad de la clase política, y para recrear la polémica que siempre le acompañó en sus nefastos siete años como presidente del Gobierno de la nación, algo que prueba la grandeza de la democracia, en la que cualquiera puede llegar a lo máximo.

El caso es que empezó siendo una esperanza en un país conmocionado por la matanza islamista de Madrid, trágica replica del terrorismo yihadista al inmenso error de Aznar adquiriendo un tan ambicioso como absurdo protagonismo apoyando la guerra de Irak. El mantra de aquel Zapatero al que no conocían ni muchos de sus compañeros de partido era que traía otro talante. Un mensaje superficial si se quiere pero que caló hondo después del habitual gesto bronco de los ocho años de Aznar como presidente del Gobierno de la nación. Solo era una pose, un disfraz, tras el cual no había nada, o muy poco, y desde luego nada de la socialdemocracia a la que Felipe González había acostumbrado a los españoles.

Zapatero se reveló enseguida como un izquierdista radical, animado por un oscuro resentimiento inocultable, y que pronto se disparó en una serie de leyes que más que avance hacia la modernidad suponían pasos hacia atrás en todos los órdenes, con la excepción de algunas buenas normas de contenido social que aún perduran, como perduran otras innecesarias que el PP mantiene por miedo a perder votos. Pero el principal disparate fue su ley de memoria histórica que reabría viejas heridas de la Guerra Civil de hace 70 años, reviviendo las dos Españas. Y su principal fallo el no ver venir la crisis, y cuando ya la tuvo encima el negarse a reconocer la situación, pese al que el empleo se hundió, el paro se disparó, y Europa le obligó a tomar drásticas medidas económicas que dejaron el país al borde de la quiebra.

No quiere hablar el expresidente de esa terrible herencia que dejó y que, ya con Rajoy -otro que tal baila- en la Moncloa, se ha notado en toda su crudeza, y se refiere a ello como una circunstancia sobrevenida, eufemismo sin pies ni cabeza, muy en su línea. Pero no solo deja esta perla sino que asegura que nada tiene que reprochar a Chaves y Griñán, los expresidentes socialistas de Andalucía que han tenido que dejar los escaños parlamentarios nacionales al aparecer imputados en el caso de los ERE, el gran escándalo de corrupción cuyo montante se acerca a los mil millones de euros, y que explica, junto a Gürtell, la trama Púnica y otros escándalos del PP, porque la gente no quiere más bipartidismo.

Zapatero no cree que Podemos llegue a gobernar ni que Pablo Iglesias llegue algún día a ser presidente del Gobierno. Como si no hubiera llegado él, o Rajoy. Añade que si gobernase Iglesias tendría mucho que aprender. Se entiende que de ellos, del PSOE, de Pedro Sánchez. Mal iría Podemos. Leyendo lo que dice el expresidente no se comprende la supuesta recuperación socialista.