Siempre tuvo la sensación de que nadie llegaba al fondo de las cosas, por eso tomó la firme decisión de investigar con profundidad un par de asuntos que le venían preocupando últimamente.

Uno de ellos estaba relacionado con la crisis griega, ese folletín cuyo final no llega a adivinarse. Ese follón montado en el país donde Solón, Clístenes y compañía pusieron los primeros pilares de la democracia hace una pila de siglos, y en el que los ciudadanos actuales, según dicen, no se rascan el bolsillo con Hacienda, ni su Gobierno hace lo propio con los acreedores. Pues bien, según rezan los medios de comunicación, algunos grupos políticos, de distintos polos, se han alineado con aquellos que no están de acuerdo con que la endémica deuda que ha venido generando Grecia sea debidamente reparada. Uno de ellos es el grupo de Jean-Marie Le Pen, perteneciente a la extrema derecha francesa, y otro el de Pablo Iglesias (Podemos) afincado en el otro extremo del tablero político español. Difícilmente podía entender que dos ideologías tan diferentes, al menos en apariencia, llegaran a coincidir en prestar apoyo a la actual política del gobierno heleno, salvo que ambas estuvieran interesadas en hacer lo posible por cargarse ese tenderete europeo llamado UE -de soltero CEE- incluyendo en el lote al euro.

Otra cosa que aquel ciudadano tampoco llegaba a entender era el empeño de los medios de comunicación en dar la matraca todos los días con el monotema de Artur Mas y su independencia. Son ya muchos los meses en los que la gente se despierta con una foto del susodicho, luciendo esa sonrisa de difícil interpretación y un titular con su última ocurrencia. Debe dejar mucho tiempo libre el cargo de president de la Generalitat para poder dedicarse a darle vueltas al coco en busca de titulares que sigan dando cuerda al único tema que parece interesar al "molt honorable", o a aprenderse de memoria coletillas como la de "nos roban" u otras por el estilo.

Cuando veía los telediarios observaba que el señor Mas cada día se parecía mas a Tristón -aquel personaje de los dibujos animados de los "setenta"- pues lo veía con esa mirada un tanto oblicua que no se sabía muy bien si era como que mirase de costado para evitar el deslumbre del sol o que temía encarar a las personas. Y con respecto a Leoncio, su eventual compañero de la esquerra, le daba la impresión que le quedaban los trajes un poco apretados.

Y digo yo, que ya que tenemos tantos órganos para que funcione el Estado; ya sea el propio Consejo de Estado, el Tribunal Constitucional, los Consejos Consultivos, amen del Congreso y el Senado, alguno podría decirnos algo al respecto -elucubraba el inquieto ciudadano- porque se supone que se lo tendrán bien sabido y habrán informado de ello al Gobierno de la Nación. Y es que si damos por hecho que los legisladores habrán legislado lo que sea menester, que los consultores habrán emitido dictámenes o consejos, y que el ejecutivo tendrá dispuesto lo que sea para poner en marcha los mecanismos que estén establecidos en estas circunstancias ¿a que estarán esperando para informarnos?

Porque lo cierto es que nadie nos dice nada; nadie excepto el pesado de Tristón que parece no cansarse de repetir todos los días la misma cantinela, esgrimiendo esa sonrisa a lo "Mona Lisa" que solo le queda algo mas explícita cuando asiste a algún partido de fútbol y llega a sonar el himno nacional español. Claro que no es el único que le da vueltas a la carraca, porque su compañero Leoncio y su mariachi republicano no se quedan atrás dando la vara lo que haga falta.

Mientras tanto, los ciudadanos de este país no sabemos una palabra de lo que va a pasar o no va a pasar, de si se puede o no se puede, de si interesa o de si deja de interesar -seguía preguntándose para sus adentros- porque lo cierto es que todos ya empezamos a estar un poco moscas, aunque solo sea por aquello de la improvisación hispana.

Pero por muchas vueltas que le daba a ambos temas -el griego y el de Leoncio y Tristón- no llegaba a entender que es lo que subyacía en el fondo. Por mucho que estuviera acostumbrado a pasear en la oscuridad de las calles sorteando rincones, piedras y basuras, no podía entender lo que estaba pasando o estaba a punto de suceder. Solo estaba convencido que de haber habido, en la historia de la humanidad, una sola palabra que pudiera dar origen a las cosas malas que vienen sucediendo, esa sería la de codicia.

De manera que decidió poner punto y aparte e ir a tomar unas cañas para huir de esa atmósfera tan tremendamente ominosa que le estaba mortificando.