El fado se ha convertido en alma y leyenda de unas tierras que miran al océano, la melodía de un pueblo pegado al Atlántico. No hay nación que se identifique tanto con su música tradicional como Portugal. Del Miño hasta el Guadalquivir, nuestros vecinos disfrutan, aman, sienten y sufren con el mismo son, el que desprende el fado, más que una forma de cantar y interpretar un valor, una forma de entender la vida. La mística de sus letras y sus músicas llega por igual a las gentes del interior y de la costa, del norte y del sur.

El fado ha entrado con fuerza en las tierras que baña el Duero y seguro que lo va a hacer aún más, siendo imprescindible en todas las manifestaciones populares de un lado y otro de la frontera. Es lógico que así sea cuando se tienen las mismas raíces y se disfrute y se padece con sentimiento idéntico.

Zamora ha vuelto a vibrar con la música del fado. El público que llenó hasta rebosar el espacio habilitado por la Fundación Afonso Henriques los pasados 31 de julio y 1 de agosto disfrutó de una velada antológica que sirvió para recorrer de norte a sur una tierra única y singular, tan parecida a la nuestra como dos gotas de agua. Hay que reivindicar el fado como himno oficial. Que así sea.

PD. La parte final del artículo publicado en esta misma sección en la edición de ayer del periódico no es del articulista que esto suscribe. Hubo un error técnico y se incluyeron en el mismo escrito varios párrafos de Eduardo Ríos, también colaborador de este periódico, cuyo artículo completo se puede leer hoy en la sección de "Opiniones".