Muy curioso resulta que en el número de agosto de este año la revista "National Geographic" dedique su reportaje central al papel que el papa Francisco I está jugando en los posibles movimientos reformistas dentro de la Iglesia. Podría esperarse de un medio de comunicación más generalista o especializado en aspectos políticos o religiosos, pero no viniendo de una revista de carácter divulgador.

Recomendable todo el reportaje que ha llevado meses de trabajo por parte de su autor, en el que se entrelazan la figura personalista del cardenal Bergoglio y las políticas de gestos del papa Francisco. Una misma persona ligada a Dios con un antes y un después tras la elección como papa.

En el artículo se van tocando los diferentes temas que han llamado la atención en estos dos años de pontificado, un gran apartado dedicado a los gestos sencillos, pero no por ello menos sorprendentes, y un apartado relevante dedicado a aquellos asuntos más comprometidos y difíciles de acometer en el discurso eclesial, sobre todo aquellos relacionados con la moral sexual.

En el fondo no se trata de si se han dado pasos a un lado o a otro, sino de descubrir la enorme grieta que separa la Iglesia de su propio progreso, de la cercanía y el compromiso con el ser humano. Una sima abierta por el inmovilismo, por el miedo al cambio. Y no necesita la Iglesia grandes documentos que alienten el cambio, pues ya existen. Tampoco necesita un líder carismático que guíe el rumbo. Ninguna de las dos cosas. La Iglesia dispone del Evangelio y de Jesucristo, documento y líder que revelan el compromiso de Dios con los hombres, especialmente con los más necesitados.

Es momento de preguntarse si no ha copiado del mundo las mismas estructuras de pecado que el magisterio de la Iglesia denuncia en sus documentos. Momento de preguntarse cuáles son las razones del inmovilismo que sigue dejando al margen a hombres y mujeres que sufren y caminan con una enorme profundidad de fe, o con las dudas propias del camino (al fin y al cabo el buen pastor se preocupaba de la oveja perdida). Momento de afianzar el Evangelio cuando elementos de la tradición pueden estar evitando su expansión. Y es que el verano es momento de descanso, de hacer lo que habitualmente no hacemos, también para la Iglesia. Y descansar implica también detenerse y reflexionar.