Hoy las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan de hambre y pan, de protestas y regalos, de viejo y nuevo, de pasado y futuro. Como factor común a los textos de la Sagrada Escritura de este domingo encontramos la experiencia de Dios como padre y de Jesucristo como pan vivo, el hijo enviado por Dios padre para comunicarnos la vida.

¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: "Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna". No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. Todos necesitamos un alimento capaz de llevarlo hasta nuestra verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es solo el amor. Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida. Solo el amor da vida definitiva. Solo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva.

Una vida que nos lleva a nuestra plenitud. ¿Cómo podremos descubrir este tipo de vida? El relato evangélico nos pone en camino al referirse a la Eucaristía. Lo que aquellos judíos llamaron el maná ahora se expresa en la Eucaristía como la gran novedad de Dios. Cristo es la novedad de Dios. El don del maná en el desierto tiene ahora un nombre: Jesús, el señor, el hijo de Dios, el enviado del padre. El maná era la figura que anticipaba y anunciaba el maná definitivo: Cristo, el pan de vida. Comer el cuerpo de Cristo nos conduce a tomar conciencia de nuestra nueva condición: somos hijos de Dios. Él nos ha creado a su imagen. En el bautismo hemos muerto con Cristo, hemos sido sepultados con Él, para resucitar con Él a una vida nueva.

Por eso celebrar la Eucaristía es para el cristiano "la escuela de la misericordia y la fidelidad de Dios". Jesucristo. Él es el pan de vida. Que alimentados con su cuerpo y su sangre, acojamos la llamada a vivir el Evangelio, la buena noticia, que es Jesús el señor. No vivamos como en el Antiguo Testamento, esperando que nos caiga todo del cielo como el maná. Vivamos más bien como en el Nuevo. Testamento, entregándonos generosamente unos a otros, como Jesús que se ha entregado a nosotros y para nosotros.