Ha dejado este mundo, a la edad por pocos alcanzada de 98 años, don Francisco Rocasolano, abuelo de su majestad doña Letizia Ortiz Rocasolano, reina de España. La página que le dedica un diario de tirada nacional va encabezada por dos datos interesantes con este titular: "Adiós a Francisco Rocasolano, el taxista que vio a su nieta convertida en reina". Y en lo más bajo de la página, entre varias fotografías conmemorativas de actos en los que estuvo presente, un comentario que pinta la proximidad: "Siempre con su nieta". Respeto el contenido por tratarse de una crónica breve; pero, con toda franqueza, me parece muy pobre ese contenido. La proximidad queda reducida a momentos importantes para la reina y que hacen relevante la persona de su abuelo. Se dice: "Rocasolano ha compartido con doña Letizia los momentos más importantes de su vida, como su boda, la cena de la víspera, el funeral de Erika, el nacimiento de la infanta Leonor o la proclamación del rey". Tengo que reconocer la importancia de esos actos y su alta significación en relación con la convivencia esporádica de abuelo y nieta. Pero me resulta pobre cuando se trata de la actividad de un abuelo. Cierto que no se puede decir de muchos abuelos todo eso; pero refleja unos momentos de convivencia de dos vidas que duraron muchos años unidas por la familiaridad.

Seguramente en la memoria de doña Letizia, cuando recuerde a su abuelo materno, esos momentos le dirán muy poco: la figura de don Francisco quedará nublada por otras personas y otros personajes que estaban presentes en aquellos gloriosos momentos. Recordará muchos momentos en las calles de Oviedo, cuando ella era una niña sin esperanza de las citadas grandezas, y su abuelo caminaba junto a ella, llevándola de la mano y librándola de los peligros existentes en toda ciudad por pequeña que sea. Entonces sí era su abuelo aquel humilde taxista y estaba ejerciendo uno de los cometidos más importantes en la vida de un abuelo y una nieta.

A mi avanzada edad, algunas veces me figuro -supongo que no tendré en esto la exclusiva- el momento de mi partida y lo que puede ocurrir en mi ambiente familiar. Me produce dolor el avance; y quiero imaginarme lo que ocurrirá a mi alrededor: Experimentará un gran dolor mi esposa: unos cincuenta años juntos dejan una huella imborrable en el espíritu y el sentimiento. Mi hija Rocío, que desde pequeñita hasta su cuarentena de años ha estado tan unida a mí, con una unión ejemplar y muy especial, sentirá un desgarro muy fuerte. Las dos me producirán un inmenso dolor en la separación. Sin embargo, tal vez por estar más cerca en el tiempo, me preocupa mucho más el choque que la situación realizará sobre mi pequeña Gala. Verá que aquel vejete que se va la tuvo en sus brazos de niña; la sacó a la calle en su niñez y hasta hizo el ridículo jugando con ella en la acera al escondite, como si fueran dos chiquillos. En mis brazos decrépitos todavía estarán cálidos los contactos de la mano de mi Gala, que tan solícita me cuida al bajar de la acera, al entrar en el Metro, al cruzar una calle? Mi partida, presentida y traída al momento, estará asociada a estos momentos de convivencia y proximidad con mi nieta. Siento que me duele el dolor seguro de mi esposa y de mi hija. Me influirá el sentimiento que puedan tener los amigos y las personas que me aprecian. Pero -no sé por qué- en esos momentos de avance de algo que ocurrirá Dios sabe cuándo, la personilla de mi Gala es la que más hondo llega a mi afligida alma. Sobre mi condición de esposo y de padre, muy presentes siempre las dos características, impera esa faceta del abuelo. Pienso que, tal vez sin darse cuenta, mi pequeña recordará a la persona que siempre gozó de su máxima confianza; a la que recurría en último término cuando se negaban a satisfacer su petición el resto de las personas de su entorno; la que guardaba silencio sobre lo que ella no quería que supieran los demás.

Así me veo yo en mi función de abuelo; sin necesidad de que mi nieta llegue a altas situaciones en la sociedad: Como tantos otros abuelos de nietos irrelevantes. Por eso, me ha parecido muy limitada la convivencia, manifestada por el periódico, entre el abuelo Rocasolano y quien ha llegado a ser reina de España; pero, sin duda, fue la nieta asturiana que tuvo por abuelo a quien no ha sido más que un humilde y honrado taxista.