Han pasado muchos años desde que se decidiera la construcción del Museo Baltasar Lobo en la antigua fortaleza ubicada en el casco histórico de la capital zamorana. Han pasado muchos años desde que se dispusiera de fondos para afrontar tal obra. Quiso el destino y las decisiones de los hombres que las cosas discurrieran por otros derroteros, y los fondos fueran empleados en recuperaciones arqueológicas más que en otra cosa. Y llegó a acabarse el dinero y las recuperaciones. Y con ambos se fue también el proyecto que iba a ser museo para acoger la obra del insigne escultor de Cerecinos de Campos. Y las ideas de Moneo, se quedaron en los papeles y en la memoria de los ordenadores del estudio del arquitecto navarro. Y algunas obras del escultor zamorano se repartieron entre el Castillo y la Casa de los Gigantes, mientras el Ayuntamiento pagaba, por el alquiler de esta última ubicación, un lucrativo peaje. Y como quiera que caducara el contrato de arrendamiento se improvisó una ampliación para poder seguir exponiendo parte de la obra, mientras se barajaban futuras ubicaciones. Una de ellas lo situaba en el plateresco edificio, del siglo XVII, que fuera Ayuntamiento hasta mediados del siglo pasado, ubicado en plena Plaza Mayor. Y se pregonó que iba a convocarse un concurso de ideas para habilitarlo a tal fin. Y, a día de hoy, no se sabe como continuará esta historia.

De manera que la obra del insigne escultor, contemporáneo de Picasso, continúa sobreviviendo, en precario, sujeta a los avatares que pueda depararle el destino, ajena a unos acontecimientos que dependen más de la política que del mundo del arte.

Porque en España en general, y en esta comunidad en particular, durante los años de bonanza y derroche, merced a los devaneos de los gobernantes, se fueron construyendo singulares edificios destinados a ser museos pero que, tristemente, apenas si se les ha llegado a sacar partido. Algunos se levantaron donde no había obra que exponer, otros en lugares que no eran cuna de pintores, ni de escultores, ni tampoco que demandaran tal necesidad. Pero no importó demasiado, porque los amantes de las inauguraciones, financiadas con dinero ajeno, presumían de encargar ambiciosos proyectos a destacados arquitectos que hoy lucen como atractivos continentes, pero sin poderse decir lo mismo de sus contenidos. Mientras esto acontecía, la obra de Lobo, de la que muchas ciudades gustarían ser titulares, andaba de acá para allá como la falsa "monea", y aquí, en nuestra ciudad, una buena parte de tan importante obra, avalada por su reconocimiento internacional, se refugiaba y se refugia en la triste oscuridad de un almacén.

Pero, héteme aquí que las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Obsérvese que una buena nueva ha acontecido en la capital del reino: la recién estrenada presidenta de la comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha tomado la firme decisión de eliminar de un plumazo el Consejo Consultivo; algo nada nuevo bajo el sol -pero no por ello menos valiente- que hace tiempo se viene demandando por grupos políticos de distintas tendencias del reino de España. De manera que no constituiría ningún desatino pensar que Castilla y León, donde ha gobernado y gobierna el mismo partido al que pertenece la presidenta madrileña, llegue a tomar esa misma decisión en cualquier momento.

Si eso resultara así, un edificio de moderna construcción -de arquitectura controvertida- levantado junto a la Catedral, quedaría vacío de contenido. Y qué mejor cosa que, una vez remodelado, se aprovechara el dispendio que supuso su construcción para dedicarlo a una actividad productiva para la ciudad, y por ende para la comunidad de Castilla y León ¿Qué mejor que dedicarlo a acoger la obra de Lobo? Llegado tan esperado momento sería tan buena la noticia que a nadie le sorprendería que el señor Herrera fuera protagonista de su inauguración, a pesar de esa fijación que tiene en ningunear a los zamoranos.