En días pasados escuché en plena calle y en tono un tanto desabrido el descenso que se había notado de grupos de visitantes por rutas muy tradicionales. Claro que el recorrido depende del programa, pero saltó la noticia de que nuestra capital ha sido excluida del programa Club de los Sesenta. Según parece, decían, ya los de sesenta son carne muerta y no merece la menor pena a tenor de lo que vimos, que en las listas los de sesenta van al contenedor. El sopaflores que públicamente hizo tal comentario, no merece figurar en ningún censo, salvo en uno.

Olvidadas esas peripecias vamos con lo nuestro, que son las rutas olvidadas. Hoy las vamos a dedicar a la Ruta del Valle del Duero o Barrios Bajos, Saliendo de la Plaza Mayor comenzamos bajando por la calle Balborraz. Un lugar cargado de historia, de leyendas, y de esa emoción que se deja sentir cuando te cargan tantos recuerdos. Llegamos al final, dejamos a la derecha la calle Zapatería, con ecos y rumores de sinagoga de la calle Baños, mientras, a nuestra izquierda siguen esperando los restos de la iglesia de San Leonardo. Nosotros seguimos por la calle de la Plata, llegamos al colegio Jacinto Benavente, en la avenida del Mengue, cuya acepción originaria es Diablo, probablemente sea la única en el mundo que tenga este título. El colegio fue levantado en el solar del antiguo cuartel del regimiento de Caballería en la avenida que recorre la margen derecha del Duero. Bajo la misma, la Muralla, aún conserva, tapiada, la puerta del Tajamar.

Dejamos estos parajes y nos encaminamos hacia la Horta, el monasterio de San Juan de Jerusalén, para pasar hacia la plaza del Zumacal hasta la calle de las Tenerías, que recuerda la rica industria del cuero en la ciudad. Así nos acercamos al entorno urbanístico de la joya más pura del románico, la iglesia de Santo Tomé. El entorno citado corresponde, además, a la Academia de Caballería fundada por Carlos III, trasladada a Valladolid en 1853.

Pero en Santo Tomé es obligado hacer un alto, dedicarle tiempo a esta singular joya del arte que enlaza a través de Santa Marta del Tera con Santa María del Naranco, San Miguel de la Escalada y San Salvador de Valdediós. Es Santo Tomé, sede del Museo Diocesano, donde nos aguarda un verdadero arsenal de arte, el mejor final para tan atractiva como olvidada ruta.