La locura soberanista de Mas necesita de grandes patrimonios locales, materiales e inmateriales, para que los ciudadanos catalanes puedan sentirse orgullosos e identificados, cara a ese sueño imposible de una Cataluña independiente. Como lo que tienen es insuficiente y el resto es de esta España a la que pertenecen y de la que apostatan constantemente como si les hubiéramos hecho algo sumamente grave, más allá de ser y sentirnos españoles, están buscando en el baúl de los recuerdos y debajo de las piedras, todo aquello que sirva a sus propósitos.

Todo vale en ese afán. Hasta ahora, y frente a la sardana o las canciones de Lluis Llach, la rumba, por mucho que se apellidase catalana, era ninguneada como género, y contemplada como algo más en consonancia con el sentir español y especialmente andaluz. Los rumberos catalanes no contaban con el apoyo que tienen los representantes de otros géneros más en consonancia. Pero, hete aquí que los cerebros privilegiados, los que sueñan el sueño imposible, los que juegan al divide y vencerás, los que practican el odio y en sus discursos y mensajes juegan a ser Nicolás Maduro, que cambia la verdad y la realidad en función de sus intereses, han decidido considerar a la rumba catalana como patrimonio local. El Parlament no se ha dormido en los laureles haciendo una declaración institucional de apoyo a la rumba catalana en su candidatura para ser declarada patrimonio cultural inmaterial de la Unesco.

Espero y deseo que los artífices de la rumba catalana tengan una memoria lo suficientemente fuerte para recordar que siempre han sido ninguneados, desatendidos, arrinconados por las clases dirigentes catalanas que asociaban su origen a algo "demasiado español" y ya se sabe que lo "demasiado" e incluso lo "poco" español es condenado de inmediato, proscrito, relegado de sus costumbres y tradiciones por mucho que algunas como la rumba catalana, nacieran en el barrio de Gracia o en la calle de la Cera del Raval y Hostafrancs, eso sí, entre las comunidades gitanas que son, para los catalanes de pro, ciudadanos de segunda. No hay mal que por bien no venga. Porque el independentismo catalán hace justicia a la rumba catalana aunque sea de forma tan interesada.