Ya apuntaba maneras cuando ejerció de entrenador del Real Madrid. En su punto de mira siempre tuvo al mismo jugador: Iker Casillas, al que no le hubiera importado fulminar o lo que es igual, acabar con su carrera, si no fuera porque Iker tiene pasta de campeón, de luchador, de jugador que no arroja fácilmente la toalla, que es feliz en su vida familiar e intenta serlo de nuevo en su vida deportiva. A Mou le pierde la lengua. La tiene viperina. Engreído y soberbio, no en vano se cree el mejor entrenador del mundo, no hay más que ver el tono bronco de sus declaraciones y esa actitud entre ofensiva y grosera que se gasta, sobre todo cuando se refiere al fútbol español en general y al Real Madrid en particular donde, por cierto, se le consintió todo o casi todo.

Yo creo que el vaso se colmó cuando le metió, literalmente, el dedo en el ojo al recordado Tito Vilanova. Sus modos y maneras desconcertantes y en exceso maleducadas retratan al luso que ni vive ni deja vivir, ni come las berzas ni las dejan comer, como el perro del hortelano pero en pretendidamente humano. Algún trauma infantil o juvenil debe arrastrar Mou, que también se ha descubierto como un intrigante y un envidioso de tomo y lomo, para preocuparse por lo que el Oporto paga o deja de pagar a Casillas.

Y a Mou ¿qué coño le importa? Nadie y mucho menos un sensato y bien educado Iker Casillas, ha dicho o dejado de decir nada sobre el trabajo que el portugués desarrolla en el Chelsea, cuyo propietario es un multimillonario ruso que le pone en bandeja a lo mejor del mercado de fichajes para que Mou pueda crear un equipo ganador de la Champions League. Otra cosa es que lo consiga. Porque a Florentino también le hizo gastar una pasta gansa y los resultados fueron más bien opacos. Lo tienen todo o casi todo pero él sigue incordiando, algo que sabe hacer mejor que entrenar a un equipo de fútbol.

¿Envidia? ¿Celos? ¿Rencor? ¿Rivalidad? ¿Inquina? Algo de todo ello junto y por separado debe sentir Mou hacia Casillas o es que quizá Casillas ha sido contratado por el club que lanzó al luso como entrenador. Algo hay. Mourinho se encasquilla, se encastilla y se retrotrae al pasado en lugar de avanzar, siendo como es un entrenador internacional que, en lugar de disfrutar de su éxito, parece vivir amargado, quejicoso, más parecido a aquellos personajes de sentimientos mezquinos que tan sumamente bien supo retratar en su obra Charles Dickens.

Mourinho ataca de nuevo. Objetivo: Iker Casillas. Mientras en Oporto reciben al cancerbero español con los brazos abiertos y sus compañeros le demuestran su admiración, respeto y cariño, a Mourinho le entra un repentino ataque de cuernos. Y lo lamentable es que para el mal que de forma ostensible aqueja al portugués no hay vacuna que lo inmunice definitivamente.