En estos días soleados, calurosos y largos de verano, donde la luz nos anima y eleva el espíritu; días de vacaciones para muchos de nuestros lectores, he querido dedicar estas líneas a un tema que no está precisamente de moda, cual es el silencio.

En nuestro mundo actual, hay mil y una distracciones a nuestro alcance para no encontrarnos con nosotros mismos, pues casi todo nos lo dan programado, me refiero, por ejemplo, a los programas de televisión.

Si me lo permiten les preguntaré cuántas horas dedican ustedes diariamente a ver al televisión y cuánto tiempo permanecen en silencio a lo largo del día pensando, meditando. Cada uno de ustedes se conteste a sí mismo.

El silencio es un encuentro con nosotros mismos, personal, que nos exige parar en nuestro quehacer diario y reflexionar sobre nuestra vida, en la soledad de nuestro despacho, de nuestro lugar de trabajo, en nuestra habitación, en un paseo por el campo; allí donde estemos, siempre podemos destinar un momento, en silencio, para reflexionar sobre nuestra vida y si la misma tiene sentido o se ha convertido en una rutina que otros nos programan a su antojo.

El silencio exige concentración y reflexión, en la soledad, a ser posible fuera

del mundanal ruido, inherente al trabajo diario, y al estrés, tan propio de nuestro tiempo. No olvidemos, por ejemplo, que para escuchar música clásica, un concierto de órgano o cualquier pieza musical el silencio es fundamental. .

En el silencio ejercitamos nuestra

sensibilidad, el estudio, las decisiones importantes de nuestra vida exigen silencio y suelen tomarse en la soledad silenciosa. Antes de comenzar a escribir estas líneas escuchaba en un programa de radio, pura coincidencia, una serie de elogios sobre el silencio, en el desvelo silencioso de la noche, en la calma del desierto, en el monte, en la cumbre de las montañas, en el bosque, en la contemplación de las estrellas, la iluminación y el espíritu aumentan. ¡Qué gran verdad! Aprovechemos estas noches de verano para contemplar las estrellas en silencio, así lo hago en mis días de descanso en Valdescorriel y en Lanzahita, en las estribaciones de Gredos.

Valiosos son los deberes del silencio, así como su belleza. Del silencio hemos salido y a él retornaremos cuando nos llegue el momento.

Recuerdo que, leyendo un artículo sobre el silencio, tomé en mi libreta una frase que me llamó la atención, dice así: «En el silencio solitario de nuestros corazones es donde descubrimos las grandes experiencias de la vida y del amor. Porque cuando el corazón está en silencio la inspiración aparece y la visión se aclara».

Decía Erasmo de Rotterdam, refiriéndose a la amistad y al silencio: «La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos personas parece ameno».

Entre los amigos existe una comprensión, una inteligencia callada, no existe simpatía más real ante el dolor que la silenciosa.

Hemos experimentado que en la amistad, cuando llegan momentos de separación, si el afecto es débil termina desapareciendo; pero si es sólido su solidez o fortaleza aumentará en amor hacia el amigo ausente.

En el silencio es donde debemos hablar con nosotros mismos; probemos, en estos días de verano, a practicar momentos de silencio para así poderlo poner en práctica el resto de los días del año.

Les recomiendo, si lo desean, vean la película «El gran silencio», un documental sobre los cartujos, para meditar.