Seguramente el acontecimiento que llena más conversaciones, incluso dentro de la intimidad de las familias, es el continuado serial del caso griego. Es algo que embarga todas las mentes de las personas que se preocupan por ejercer la propia. Comenzó a inquietar ya en la célebre campaña electoral, en la que un partido fue engatusando a las gentes con promesas acuciantes, basadas todas ellas en el respaldo que proporciona el dinero? ¡Pero el dinero ajeno! Lo que seguiría se veía venir. Cuando se utilizan los recursos propios como moneda de esperanza suele resultar bien la jugada. Y también puede ocurrir que, porque las circunstancias son muy cambiantes e influyentes, alguna vez lleguen a fallar esos apoyos y se produzcan los malos sucesos dependientes de lo prometido. En el caso aludido, todos los que utilizamos el sentido común para enjuiciar la vida -seguramente porque nos faltan otros recursos- vimos el gravísimo peligro en el que se movían aquellos optimistas políticos en refriega electoral. Casi me atrevería a decir que los considerábamos unos fracasados, sin que hubiera llegado el momento de la prueba. Hoy les ha llegado ese momento.

Y, entonces como ahora, trasladábamos nuestra patria lo que puede ocurrir con algún partido, hermano del griego, que basa su ya experimentado éxito en situaciones ficticias muy parecidas a las de los confiados helenos. La pena de esto -como de muchos otros acontecimientos que se ofrecen en el escenario de la vida- es la dificultad de eso que se llama "escarmiento en cabeza ajena". Somos muy negados a aplicar en lo nuestro lo que vemos que ocurre en los sucesos de la vida ajena. Y tan cerrados somos que nos es necesario el golpe tremendo sobre la dura pared de la realidad para llegar a la convicción que nos debía haber proporcionado el "cabezazo" que se dio el vecino. Aceptamos el "no hay mal que por bien no venga"; pero es el propio mal el que nos lleva al bien consecuente.

En el caso griego, el sentido común ha venido a hostigar al partido ganador de las elecciones, y con ellas el Gobierno de la nación helena. El hostigamiento ha sido espectacular y ha tocado tan directamente al líder de la empresa que los diarios nos ofrecen una posible dimisión del primer ministro de aquel Gobierno: ha visto a su partido tan dividido y afectado por la comprobada falsedad de sus promesas que se ve abocado a una propia huida. Los acontecimientos lo han colocado "entre la espada y la pared", como se dice normalmente. Ha de decidir entre el bien de su pueblo, por una parte; y, por otra el cumplimiento de sus propias promesas electorales. El primer término de la alternativa supone la consecución del dinero ajeno necesario para sostener la situación. Y la consecución de ese dinero lleva consigo olvidar sus promesas y entrar en el difícil camino de proceder a medidas que otros debieron tomar con duros reproches hacia otros primeros ministros y enojosísimas restricciones en la vida particular de los ciudadanos.

¡Ojalá los españoles utilicemos el sentido común dentro de poco y obremos en consecuencia! Ese sentido común nos brindará la oportunidad de aceptar con la conformidad saludable los "recortes" -para unos- o "reajustes" -según otros-; y no ambicionar resolver la situación con dineros que no poseemos y que, por tanto, deberían llegar de otras manos. La experiencia ajena nos dice que esas manos no están dispuestas a continuar dando para que se malbarate el dinero que tan necesario es para sus ciudadanos y sus propias necesidades.

Como a cualquiera de nosotros, entendemos que a ningún español le agradará experimentar en propias carnes la desagradable situación por la que están pasando nuestros hermanos los griegos. En la alegría democrática de la ocasión de votar debemos reflexionar concienzudamente sobre los pros y los contras de cada resolución y obrar en consecuencia. Votar no es para conseguir la alegría de una noche poselectoral, sino para la vida de cuatro años.

(*) Zamorano residente

en Madrid