Los problemas profundos de despoblación que tiene esta provincia quedan disfrazados en la época veraniega cuando los pueblos se llenan de retornados de toda España para disfrutar del terruño, ventilar la casa familiar y repetir los encuentros con viejos conocidos en la terraza del bar, en la misa mayor del domingo o en la fiesta del pueblo, vestidos con sus mejores trajes. Este espejismo dura justo hasta finales de agosto donde la mayoría regresa a sus lugares de trabajo. Del pueblo se fueron por eso precisamente, porque no encontraban trabajo ni futuro para ellos y sus hijos. Todo seguirá igual a la espera de repetir el mismo ritual el próximo año.

¡Qué fuerza tiene el lugar de nacimiento y los primeros años de infancia en la mente de las personas que les lleva, siempre, a volver a sus orígenes! Muchos también vuelven a morir cerca de su nacer. Si preguntas a la gente que vuelve a su pueblo cada verano te dirán que es el más bonito del mundo. Supongo que no se refieren a la belleza física del lugar, que salvo excepciones, suelen ser pueblos destartalados, hechos a mordiscos, en medio de una naturaleza muchas veces hostil, sobre todo en verano. Ni aquellos que se encuentran en la montaña o en valles abrigados suelen tener mejor suerte. Por mucho que se quiera mentir o exagerar, casi todos nuestros pueblos son más bien feos e inhóspitos. No existe ningún tipo de ordenación aunque seguro que en su día la tuvieron, ni se han respetado unas mínimas normas en formas, volúmenes y materiales. Cada uno ha hecho lo que le ha dado la gana, con su gusto personal, casi siempre al contrario de lo que existió y con un ayuntamiento que ha mirado para el otro lado. La belleza que reclaman estos retornados son sus recuerdos que han quedado grabados en un área especial de la memoria, imborrable.

En toda la provincia de Zamora se cuentan con los dedos de las manos los pueblos que tienen una cierta dignidad arquitectónica que reconoces nada más pisar sus calles. No es un problema solo de esta provincia, es general de toda España. Nuestra baja cultura social y el exceso de individualismo intransigente han hecho y siguen haciendo mucho daño a este país favorecido por unos ayuntamientos que no han querido jamás abordarlo quizás para no ganarse enemigos. Este mal tiene muchos reflejos sociales y uno es la destrucción de los pueblos. En algunos se puede solo resaltar alguna peculiaridad, a veces agrandada artificialmente: una iglesia con su retablo, alguna ermita perdida, un castillo medio en ruinas, alguna casa nobiliaria de sillería o el edificio del Ayuntamiento. Poco más. La trama de pueblo, que es la que da sentido de comunidad, no existe y lo que queda es solo un pueblo deslavazado y roto. En la mayoría, se te cae el alma a los pies cuando paseas por sus calles.

Alguno estará pensando que exagero ya que este país tiene un gran patrimonio artístico, ampliamente reconocido. Y es verdad pero yo estoy hablando y describiendo ciudades, pueblos y villas de este país y en ese aspecto España deja mucho que desear. Ya he dicho repetidas veces lo que nos enseñan las imágenes por helicóptero de los pueblos por donde discurren las vueltas ciclistas de Italia, Francia y España. Es triste ver la trama de nuestros pueblos en comparación a los otros países. En los pueblos franceses e italianos se refleja claramente una armonía de estilos, materiales y la estructura de la ciudad está ordenada. En España ocurre lo contrario.

Pero entiendo que esta reflexión personal no llegará jamás a esos retornados en cada verano. Seguirán pensando que su pueblo es lo más hermoso ya que ellos y sus ascendientes nacieron y están enterrados allí y ahora ven a sus hijos jugar en la calle o montar en bicicleta libremente. ¡Qué le vamos hacer!

Salud, suerte y a ver si superamos este verano.