Vuelve el PP donde solía, o sea a intentar como sea cambiar la ley electoral para que gobierne el partido más votado. Y eso, a cuatro meses de las elecciones generales. Mayor descaro, imposible, revelador por otra parte del ataque de pánico e histeria que sufren los de Rajoy. O sea, quieren, vuelven a pretender, modificar las normas del juego cuando está la partida en marcha y llegando a su fin y ven como seguro que van a salir derrotados. Toda una aberración democrática. Solo dos países en toda Europa utilizan este sistema, considerado por la mayoría como injusto y contrario a la esencia democrática. A Rajoy no le importa, no le importa ya nada, porque su obsesión es seguir en La Moncloa, al precio que sea, y no pasar a la historia reciente como el presidente de Gobierno que menos habría durado en España, pues el caso de Calvo Sotelo no es equiparable. Pero todos los partidos han rechazado esa posibilidad, rotundamente y sin contemplaciones pues entienden, con toda la razón, que una reforma de ese calado requiere del consenso de todos los grupos. Pese a ser más beneficiado que otros en el caso de que el PP, amparándose en la mayoría que aún disfruta, sacase adelante esa ley, ha sido el PSOE el que se ha opuesto en términos más duros calificando el propósito como una cacicada impresentable, propia de sátrapas y de gobiernos autoritarios. Sin olvidar a Ciudadanos, que tampoco admite tal cambio y que tiene al PP cogido por ahí mismo en ayuntamientos y autonomías.

No le va a quedar a Rajoy otro remedio que intentar recuperar el electorado perdido. Difícil misión por cuanto que el PP sigue varado y sin hallar salida, como pudo comprobarse en la pasada reunión de pastores donde volvió a mostrarse la ausencia de autocrítica y de soluciones, además de reiterar su negativa a las elecciones primarias internas pese al compromiso que tienen firmado con Ciudadanos. La oveja está muerta. Más que difícil, cabría precisar, que parece misión imposible esa de recuperar dos millones de votos cuando menos, de los cuatro que ha perdido el 24-M. Su única esperanza son los indecisos, los de la abstención, pero aun así no resultaría suficiente para gobernar ni siquiera con el apoyo de los de Albert Rivera. Según las encuestas serían precisamente el centroderecha de Ciudadanos, junto a Vox, la otra derecha, e incluso Podemos, los destinatarios del masivo voto huido del PP.

Llama la atención, por cierto, el aumento de la intención de voto de Vox, el partido desgajado hace poco más de un año de los conservadores de Rajoy, y que pese al feroz ninguneo que sufre pudiera tener un representante en el Congreso. El presidente de la nueva formación, Santiago Abascal, ve al PP, según ha declarado, políticamente acabado, y cifra sus esperanzas en ser un día la auténtica derecha aunque sabe bien que enfrente va a tener, con ansia y medios para ocupar el sitio, a Ciudadanos. Para ello se nutriría de los electores de más edad, pues según los sondeos los menores de 30 años se decantarán por Podemos, y los de la franja intermedia de edad optarán por Ciudadanos. Ese sería el auténtico fin del bipartidismo. Que se convertirá por ahora en cuatripartidismo como todos los datos dan a entender, empezando por el 24-M.