Hay muchos frentes abiertos para sanear el urbanismo de esta ciudad. Por ejemplo, problemas que afectan a la totalidad de un barrio y que parecen dejados fuera de las prioridades municipales desde hace años tal como ocurre con los barrios frente al río. O los riesgos que sufren enclaves urbanos condenados a convertirse en tristes realidades sin posibilidad de retorno como es el caso al que voy a referirme a continuación.

Llevo ya escribiendo mucho tiempo sobre ello y no se me ha quitado la obsesión de hablar de una zona que se encuentra en un momento clave y en la que se está jugando su destino, que aunque parece retórico es la verdad. Es decir, que oportunidades que se le ofrecen en este momento se pueden perder irremediablemente dando paso a soluciones de circunstancias en donde ya sabemos quién será el beneficiado de esta ceremonia de la confusión. Así que ahora vuelvo a referirme una vez más al entorno de la Catedral y Castillo, un espacio en el que a pesar de encerrar un potencial del más alto nivel de calidad y por su valor emblemático, ahí permanece pasivo años y más años en una espera que solo anticipa falsas esperanzas pero nunca su reconocimiento real. Las últimas actuaciones que han ido anticipando panorama tan negativo, unas han sido realizadas con consecuencias firmes, sin enmienda posible, otras se muestran como amenaza cierta. En el primer lugar debo señalar que la inclusión del nuevo edificio del Consejo Consultivo sienta un precedente nada positivo para el desarrollo de este entorno pues, como protagonista del encuentro de la arquitectura de la ciudad con el monumento por antonomasia que es la Catedral, parece que no resuelve la incógnita de su pudorosa forma tras las tapias. Como parece que no haya habido ni directrices previas para el proyecto ni medidas armonizadoras del planeamiento para resolver este encuentro entre el tejido residencial y el entorno monumental, el nuevo edificio se vale de un recurso más propio de un escenario de representación: lo que son las tapias de una medina medieval. Lo más negativo de este recurso compositivo es que vaya a condicionar el diseño del nuevo frente de la trama urbana que sustituirán las tapias que cierran el solar de la huerta del convento recientemente desaparecido. Este nuevo frente de edificación va a constituir la forma con que se hace presente la ciudad a este entorno y lo esperable es que la respuesta esté en correspondencia y nivel con los atributos del monumento catedralicio.

Otro aspecto que es de mal augurio para el libre desarrollo de una actuación cabal, la propia que debe partir de un concierto pensado y gestionado por los dos operadores de la ciudad representativos que son Ayuntamiento y Obispado y garantes de los procesos para alcanzar el máximo nivel en la calidad de ordenación y diseño. Pues bien, la enajenación de un local anejo a la Catedral a favor de un particular rompe el carácter exclusivo que daba cierta tranquilidad a la hora de su gestión y que ahora se ve amenazada. Si la intención del Obispado es seguir vendiendo las propiedades en la zona, ya sabemos cuál sería el móvil que guíe los principios de la probable Ordenación, repitiendo los conocidos móviles que han guiado los Planes de esta ciudad.

Por primera vez se iba a posibilitar el cambio de un sistema de gestión de la ciudad a favor de los órganos interesados por la cosa pública: Obispado y Ayuntamiento.

Todos estamos convencidos de que la propuesta no tenía por qué hurtar oportunidades para la intervención de promotores privados. Pero todo ello en su debido momento.

Explicado sucintamente el contenido y objetivos que rigiesen una posible actuación en la zona se podrían mencionar los siguientes objetivos:

Por una parte, se trataría de que la Iglesia dispusiese de un espacio público adecuado para acoger las magnas concentraciones, en un espacio configurado con edificaciones propias de alto significado cultural y sagrado. Para la ciudad, lograr al fin un espacio que reúna los atributos propios del centro, hoy degradado por la falta de unidad compositiva y claro trazado, lo que le ha hecho perder progresivamente la atención pública y de irrelevancia en la formación de la imagen de la ciudad.

En la gestación de este espacio singular tenemos como referencia histórica y lección para todos nosotros el ordenamiento del que todavía podemos gozar, terminado a mitad del siglo XVII y que se puede visitar en Roma. En este proyecto intervinieron personajes como el papa Urbano VIII y el arquitecto Bernini, en un proceso que llevó a la gestación de la famosa columnata del Vaticano. Y que tenía entre otros objetivos los siguientes:

1.- La Iglesia de Roma requería una amplia explanada para acoger las muchedumbres que, venidas de todos los puntos del planeta, demostrarían su cara más universalista.

2.- Esta explanada tenía que permitir la visión de la enorme cúpula diseñada por Miguel Ángel, solo posible aumentando al máximo la distancia del observador.

3.- El espacio configurado por la columnata tenía que actuar como pieza arquitectónica introductoria de la ciudad, antes de abrirse paso al espacio propiamente eclesiástico.

Aquí no tenemos la cúpula de Miguel Ángel pero el pórtico renacentista de dimensiones desmesuradas de la Catedral impone un amplio espacio libre y distancia suficiente para una visión adecuada y proporcional.

Tenemos ahora la oportunidad de organizar las piezas compositivas que ofrezcan el remate del nuevo frente que sustituirá a las tapias y del más alto nivel compositivo de toda la ciudad.

Este renovado espacio cubrirá otras necesidades: Como centro principal de la ciudad, para sus fiestas, para sus lutos, para sus mercaderías, como espectáculo en donde con el tiempo lento que surge del pasado encuentren sosiego sus visitantes. Como salón de la casa de todos, en donde sus ciudadanos recuperen los ritos que vuelvan a marcar la forma de los encuentros.

La Torre, vigilante, seguro que nos daría su aprobación.