Ya está el verano aquí, con todo su poderío y esplendor. Se nota en el ambiente, en las imágenes de televisión, en la información meteorológica, en las ofertas de los supermercados, en las zonas turísticas o en las fiestas populares que inundan las calles de ciudades y pueblos en estas fechas. Algunos disfrutan ya de sus merecidas vacaciones, mientras que otros esperan con ansiedad el momento mágico de saborear unos días o incluso unas semanas de descanso, holganza y diversión. Aunque es verdad que las vacaciones suelen disfrutarse sobre todo en estos meses veraniegos, sin embargo, no todos los ciudadanos tienen la oportunidad o la posibilidad de gozar de unos días de asueto en la playa, en la montaña o simplemente en casa, tirado a la bartola, que es un ejercicio que algunos cada vez valoramos más.

Porque tener o no vacaciones, ahora o en cualquier época del año, se está convirtiendo en una nueva frontera económica y social, muy visible, entre los ciudadanos. Una barrera que se ha acentuado durante los últimos años por los efectos de la maldita crisis económica. Por ejemplo, hace unas semanas conocíamos que, según la Encuesta de Condiciones de Vida, que elabora anualmente el Instituto Nacional de Estadística, casi el cincuenta por ciento de la población española no puede permitirse ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año. Por tanto, aunque el acceso a disfrutar de las ventajas del turismo se ha democratizado cada vez más, sin embargo, aún hay muchas familias que no pueden beneficiarse de los placeres que produce conocer otras rutas, otros destinos, otros paisajes y otras culturas. No obstante, quien no puede saborear estas posibilidades, siempre tiene la opción de regresar al pueblo de sus antepasados o simplemente quedarse en casa y deleitarse con otros platos veraniegos muy apetitosos. Entre otros, el de la lectura.

¿No han saboreado alguna vez el placer de un libro sentados bajo un árbol, en la orilla de un arroyo o simplemente tirado a la bartola en el sofá de su casa? Les aseguro que es uno de los manjares más deliciosos, más económicos y más sencillos de preparar: es suficiente con tener ganas de emprender la apasionante aventura de leer. Algunos dirán que no, que los libros son también muy caros; incluso que en algunos casos son mucho más caros que una maravillosa ensalada de verano, una ensaladilla rusa o un gazpacho. Yo, sin embargo, creo que no, que los libros son baratos. Y si no, valoren el placer que reportan y las lecciones que pueden obtenerse de ellos: son inconmensurables (aunque siempre haya excepciones, como en todo). Por eso, si usted es una de esas personas que no puede disfrutar de unos días de vacaciones de verano en la playa, en la montaña o viajando a otros países, tírese a la bartola y acompañe el calor de estos días con un buen libro. Lea y compruebe que con ese simple acto también viajará, aunque solo sea con la imaginación.