Mal, muy mal, y cada vez peor, parece que están las cosas por el PP, tocado y casi hundido por la abrumadora unanimidad de las encuestas, incluso las aparecidas en sus medios más afines e incondicionales que vaticinan un próximo Gobierno PSOE-Podemos, o Podemos-PSOE como consecuencia ineludible de las intención de voto expresada entre los consultados. Y es que una encuesta puede equivocarse pero ya va a ser más difícil que se equivoquen al final todas ellas.

Así que Rajoy convocó para el fin de semana una nueva reunión de pastores, más de mil acudieron, con el desesperado objetivo de salvar la oveja muerta. Antes, ha renovado parte de la dirección nacional, y hasta ha cambiado el logo del partido por otro mucho más feo y ordinario. Pero sabe el presidente del PP que ya nada de eso basta, ni la imagen de sus jóvenes dirigentes sin corbata -aunque igual de acartonados- ni el círculo que encierra ahora a la gaviota, como un mal símbolo, aunque sea motivo de risa y chiste en las redes sociales de Internet.

Como, por supuesto, no valen tampoco las cifras macroeconómicas que tanto gustan a Rajoy pero que a la gente le resbalan por completo, por lo que ha cambiado de estrategia y habla y promete, pese a carecer de la más mínima credibilidad, de acercamiento y políticas sociales para favorecer a las clases más vulnerables. O sea, esas mismas clases a las que sus políticas anteriores han debilitado, empezando por las vastas clases medias y llegando hasta los estratos más empobrecidos y excluidos de la sociedad. A buena hora. Ha estado el PP tres años alejado de los ciudadanos, encastillado en la soberbia y altivez de sus privilegios, y solo cuando ha oteado el peligro, cuando ha visto en mayo las orejas al lobo que le ha arrebatado ya una buena parte de su poder, hace como que se preocupa por los demás y se pasa el tiempo anunciando leves rebajas de impuestos, percepciones a los empleados públicos denegadas o aplazadas en su día, descongelación salarial y lo que sea, todo lo que sea y más.

Pero para mantener el poder, que es lo único que a Rajoy y los suyos les importa, tiene que recuperar dos millones de votos de los cuatro millones que lleva perdidos, una tarea ingente y que a ellos mismos les parece imposible. La gente se volcó en 2011 en el PP, como castigo al fracasado Zapatero, y porque como necesitaba creer en algo creyó en las promesas de Rajoy, lo que originaría una decepción mayúscula en el electorado, que ni olvida ni perdona. En un reciente sondeo, la mitad de esos cuatro millones de votantes perdidos se abstendrán y los otros dos millones se repartirán entre otros partidos. Ni el apoyo de Ciudadanos servirá para evitar el acceso de la izquierda a La Moncloa.

Eso suponiendo que los de Rivera mantengan su posición, porque una condición irrevocable del partido de centro o centroderecha era la celebración de primarias, a lo que el PP sigue negándose rotundamente, aunque propone otras fórmulas de renovación como dar más papel a los militantes y limitar los mandatos. Y otra intención más: la de hacer por ley que gobierne el partido más votado.