Será la recuperación económica esa de la que tanto hablan los del PP, será el descenso del número de parados aunque todavía haya al menos más de cuatro millones, será la renovación del parque móvil del país gracias a que los bancos han abierto un poco la mano, será, en fin, el estallido vital tras la dura y larga crisis de los años anteriores, será lo que sea, pero el caso es que los accidentes de tráfico, y con ellos los muertos y heridos, están aumentando en los últimos tiempos.

Lo peor es que parece que se ha roto la tendencia a la baja que se mantenía desde hace casi una decena de años y que había descendido la siniestralidad en el asfalto a cifras de hace décadas. Se habla, oficialmente, de estancamiento, pero ya el balance del verano anterior, y de la totalidad de 2014, ha producido cifras superiores de fallecimientos en las carreteras españolas, y lo mismo está sucediendo en 2015, lo que aumenta la preocupación de las autoridades y la intensificación de campañas preventivas y medidas destinadas a reforzar la seguridad vial.

Una de ellas ha sido hacer públicas las ubicaciones de los radares fijos, instalados en puntos negros o considerados peligrosos, con el objetivo de hacer que los conductores, ante el riesgo de sanción, aminoren la velocidad, que sigue siendo la principalísima causa de los accidentes. La gente, por su parte, ve en la proliferación de controles por parte de la Dirección General de Tráfico un desmedido afán recaudatorio a base de multas que, como ya se ha dicho muchas veces, son de las más altas de Europa y no guardan ninguna proporción con el menguado salario medio de los españoles. Claro que unas sanciones son más lógicas y comprensibles que otras, incluso pese a lo elevado de la cuantía, llamando la atención en este sentido muy negativamente las que se imponen por no haber pasado el vehículo la revisión de las ITV, un chollo en régimen de monopolio para los gobiernillos regionales que sacan buenos rendimientos del asunto, pese al caos en que parece sumido el sector.

Pero la directora general de Tráfico, María Seguí, que está llevando a cabo una buena labor pese a haberse encontrado con el listón del anterior Gobierno de la nación muy alto en esta materia tan importante, con las vidas humanas en juego, las propias y las ajenas, no ha hablado en una reciente comparecencia en rueda de prensa de las dichosas ITV sino de los radares fijos, que según ha denunciado están siendo literalmente destrozados por vándalos que arremeten contra las instalaciones. Y eso que era una de las demandas habituales de los conductores, muy por encima de los imprevistos radares móviles y los sustos que suelen originar. Quienes arrasan los radares tendrían que venir conmigo a un funeral por alguna víctima y así comprenderían el dolor que causan estas muertes evitables, ha dicho la directora general.

Y tiene razón, pero igualmente los responsables del tráfico tienen que aprender a ser realistas de una vez por todas, aplicando la ley, pero buscando otros métodos menos rigurosos, otros modos y maneras de concienciar a los conductores, no solo a base de multas y más multas.