Una de las mejores maneras de situar a un personaje es observar a sus adversarios. Que el papa Francisco se está saliendo de la norma de la Iglesia marcada por Juan Pablo II (Ratzinger fue la continuidad vestida de altura teológica) lo demuestra que su encíclica, "Laudato Si" ("Alabado seas"), haya sonado tan mal a creadores de opinión como el norteamericano David Brooks, uno de los gurús del conservadurismo en Estados Unidos. El columnista de "The New York Times" llega a afirmar en un artículo publicado hace unos días que "toda la encíclica es sorprendentemente decepcionante"

Parece que Brooks se pasa de frenada, pero si dejamos de lado prejuicios en alguna reflexión acierta. Por ejemplo, es verdad que la primera encíclica del papa Bergoglio tiene un sonsonete rancio (muy años setenta, dice el articulista) de condena del progreso y la tecnología. Vayamos a lo concreto: decir, como hace el pontífice, que venimos de "un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana", con lo que supone de cuestionamiento de estos dos últimos valores, parece arrimar demasiado el ascua a la sardina de lo sagrado y, precisamente, lo irracional.

Quizá, como sostiene Brooks, afirmar que "la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería" sea una visión reduccionista y en la que sobran calificativos y faltan datos. Pero ilustra y alerta de una situación real, más visible en los países pobres que en las apacibles colinas de California.

Posiblemente, uno se atreve a afirmar, lo que coge con el paso cambiado a Brooks y a los conservadores norteamericanos, defensores de las ventajas del "fracking", es que el papa Francisco no habla desde el norte. La sorpresa es que lo hace desde el sur, desde los países que ponen las materias primas y sufren las consecuencias del desarrollo descontrolado.

Por eso suena tan revolucionario leer al papa que "la deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control", pero nadie habla en cambio de "la deuda ecológica" del norte con el sur. Esa no cuenta en los Balances. Y la brecha no es siempre entre continentes. En algunos lugares, añade, "la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones "ecológicas solo al servicio de unos pocos" y donde "los descartables de la sociedad" no tienen cabida.

Puede que a cardenales españoles, como Cañizares, les cueste salirse del renglón escrito por Rouco y hayan leído fundamentalmente la encíclica como un canto a una ecología integral que condena el aborto y la homosexualidad. Puede que ideólogos como Brooks tengan razón y que, a largo plazo, las personas y la naturaleza estén mejor con el progreso tecnológico, el crecimiento y la riqueza regulada. Pero el texto de Francisco tiene un valor especial y suena transgresor y joven, cercano incluso en algunos pasajes a la nueva política, porque en esencia es el mensaje de quienes hasta ahora no tenían acceso al podio y al púlpito.