Hay días que nos olvidamos de la vida, y un suceso imprevisto vuelve a ponerte los pies en el suelo.

Hay días en que apenas damos importancia a nada y buscamos excusas desde los cristales ahumados de la vida para sentirla aún más negra.

Dicen los chinos, que toda crisis es una renovación, vamos que de toda experiencia sea cual sea, si uno es medianamente inteligente, se acaba sacando provecho.

Eso me pasó hace poco tiempo, mientras cruzaba por un paso de cebra, ningún coche a la vista, y empiezo a pasar. De pronto siento un golpazo en el cuerpo y vuelo un ratito, como esos gimnastas que hacen giros en el aire como si fueran de goma, tampoco muchos y me quedo estampanada en el suelo.

Aquella renovación me ayudó a sacar varias conclusiones:

La primera, la dimensión metafórica de la palabra estampanarse, que mi madre nos repetía a mis hermanos y a mí de pequeños cuando íbamos con la bicicleta a 100 por hora, y que nada tiene que ver con imprimir con un molde un dibujo.

Aquí estampanarse significó tomar contacto con la realidad, pegarte un trompazo morrocotudo, y no sé por qué en el momento de estampanarme, me vino a la mente el consejo de mi madre en toda su extensión: No vayáis tan deprisa que os vais a estampanar.

La segunda conclusión, es que me di cuenta de que a pesar de todo, hay muy buenas personas a nuestro alrededor, gente corriente, sociedad civil, a la que le pasan cosas e intenta arreglarlas de la mejor manera posible.

La conductora del vehículo se bajó enseguida y se disculpó diciendo que no me había visto, que lo sentía, que me llevaba a urgencias porque quería que me miraran bien. Yo lo único que deseaba era volver a mi casa, comer en familia y que la vida siguiera su curso. Pero no siempre lo que queremos, coincide con lo que la vida no s tiene reservado.

Descubrí en ella a una buena ciudadana, porque no abandonó a su víctima en medio de la calle, se preocupó de ella y no la dejó sola ni un momento hasta que sus familiares llegaron. Desde aquí le doy las gracias.

Mareada y dolorida llegué al Virgen de la Concha, allí me atendieron rápidamente, me pusieron una de esas batas que no tapan nada, me enchufaron una vía y prueba va y prueba viene.

Me di cuenta también de la tecnología con la que contamos y de los buenos profesionales que se han formado en este país, (médicos, enfermeras, camilleros, personal de limpieza y tantos otros) gente, la mayoría de las veces muy jóvenes que tienen que resolver los problemas que se les presentan a los ciudadanos de la forma más rápida y eficiente posible: el del tipo que ha sido corneado por un toro y que acaba en el quirófano y le salvan la vida; el del niño que llega con un apendicitis; el de la anciana a la que acompaña la policía porque una desaprensiva le ha robado el bolso con las llaves y el monedero con sus 20 euros; el de la señora que se ha caído y se ha roto la cadera y el fémur; el de la mujer que acaban de atropellar y no saben si hay roturas o hemorragias internas.

Compruebas una vez más, que también ellos realizan su trabajo, la mayoría por vocación, con dedicación completa y sin protestar. Cumplen sencillamente con su obligación, porque son seres conscientes de lo que tienen que hacer en cada momento. Y ellos sin saberlo no necesitan en eso renovarse, porque lo están haciendo muy bien. Todo eso también se lo agradezco infinitamente.

Y entonces, a pesar de las magulladuras y del malestar y del dolor, te das cuenta de que te gusta vivir en este país que entre todos hemos creado, aunque haya que cambiar muchas cosas que no nos gustan. (Los políticos deberían de aprender de la sociedad civil, pero esa es otra historia)

Y cuando esto escribo, ya en mi casa, suena la canción de Aute (se la recomiendo), Atenas en llamas para hacernos comprender que no podemos dejar de poner los pies en el suelo, para que se produzcan muchas renovaciones en nuestras vidas.

Y Atenas en llamas, y Atenas en llamas...

contra un Occidente narciso e insolente,

rompiéndose a trizas...

Atenas ardiente

a veces sueña que va a renacer

de sus cenizas.