Y no es de ahora. Ya en el Paraíso, como nos lo pone la Escritura, comenzó el rechazo a la pobre culpa. Se dirige Dios al pobre Adán, vestido con sola una hoja de parra, para pedirle cuentas de lo ocurrido y Adán le responde: "La mujer que me diste?" Quiere Dios hacerle a Eva la correspondiente reconvención; y Eva responde: "La serpiente me indujo y pequé". Parece que aquella serpiente no tenía la facultad de hablar y Dios lo sabía; por eso allí se quedó el rechazo de la culpa. Como no había nadie más que ellos cuatro en el Paraíso, se supone que la serpiente hubiera señalado al mismo Dios como origen de lo sucedido; y nosotros no admitiríamos semejante inculpación. Se cumplió ya en aquellos primeros tiempos lo que nos dice en su obra sobre Don Camilo el italiano Giovanni Guareschi: "Cuando las cosas van mal, lo importante no es hacer que vayan bien; sino encontrar a quién echarle la culpa".

Esa norma publicada por Guareschi es el cotidiano hacer de los mortales. Lo vemos en la vida ordinaria de cualquiera de nosotros. Si algo no va lo bien que desearíamos, no recurrimos de inmediato a los medios para remediarlo, sino que, antes de nada, nos ponemos a averiguar dónde está el origen del entuerto para que caiga sobre ese origen la culpa de lo que nos sucede. Y no digamos si ese origen es alguna persona de nuestro entorno; ahí tendríamos el sujeto ideal a quien echarle la culpa.

El escenario corriente en el mundo de hoy es la vida pública nutrida de actuaciones políticas sean de la especie que sean. Nuestros políticos -los de cualquier país- son especiales para cometer verdaderas burradas -con perdón de los asnos-. Pues todos ellos son incapaces de mirar a sí mismos para reconocer su "error". Todos se dejan el espejo en casa y miran a otra persona para echarle la culpa de ese error, o de esa manifiesta majadería. Y, siendo determinadas personas propicias para asumir responsabilidades propias y ajenas, esas personas son las agraciadas con la atribución. Hasta el más oscuro español se cree tan importante que estará ligado al señor presidente del Gobierno cuando (ese españolito) comete algún "error". No es extraño, pues, que oigamos en la vida española corriente que Rajoy tiene la culpa de todo lo malo que sucede en España. Y es tan frecuente esa atribución de culpa que nadie se lleva las manos a la cabeza cuando oye tal inculpación.

Si del orden nacional saltamos al internacional; existe en la actualidad un asunto que es modélico en lo que estamos tratando. Se trata -como cualquiera puede suponer- del "asunto griego". No solo en los medios de aquel país, donde la necesidad de exculpación personal es algo necesario; en el nuestro y en otros de los que tenemos noticia, de todo lo que ocurre en Grecia, sea cualquiera la "barrabasada" que se considere, la culpable es la persona más notoria de la política europea: todo lo malo que supone un "error" en la vida de los griegos es algo de lo que , indefectiblemente, la culpable es doña Angela Merkel. El sentido común nos dice que algunas de las inculpaciones son absurdas; pero la afirmación del griego de turno no tiene nada que ver con ese sentido común. Por poner un ejemplo de última hora, la dirigente de la política alemana tiene la culpa de que el Gobierno griego no pague esos poquitos millones (¿son 1.300?) que debería pagar al Fondo Monetario Internacional. De lo que cualquiera achacaría a la imprevisión y a otras faltas del Gobierno griego actual tiene la culpa quien no ve correcto que se le dé a Grecia ese dinero para que pague lo que debe a quien se lo había dado.

Yo, como no quiero entrar en políticas, no puedo decir qué político o qué Estado de los que integran la Unión Europea, tiene la culpa de ese dato tan importante. Lo que sí llego a adivinar es que esto ocurre porque nadie quiere cargar con la culpa. Esta es tan fea la pobre que nadie la quiere. Lo que sí es cierto; y todos podemos verlo sin dificultad, es que esos algo más de mil millones no entran en el Fondo Europeo y los griegos no están tranquilos sobre su futuro.