No hace falta ser un fanático de los referendos para pedir más respeto a la capacidad de decidir de las personas y a la bondad de la democracia como sistema para organizar las diferencias y resolver los conflictos. Desde que Alexis Tsipras anunció el referéndum sobre la última propuesta de la troika no han dejado de oírse voces poderosas advirtiendo de que la convocatoria fractura la sociedad griega, ya que una parte está por el sí y otra parte por el no. Aún más: hay gente que se manifiesta en la calle a favor y en contra. Y se cuelgan pancartas en defensa de una y otra opción. Las encuestas indican que el ganador, sea quien sea, obtendrá un margen muy estrecho, y esto también se interpreta como una condenable fractura social.

Se deduce de todo ello que no habría fractura si la gente no fuera consultada. Que fácil, ¿verdad?

Hace cuarenta años nuestro país estaba sometido a la dictadura del general Franco, que disfrazaba su régimen con la curiosa expresión "democracia orgánica". Era una "democracia" sin pluralidad de partidos y con algún simulacro electoral. En el instituto de secundaria, un profesor falangista enseñaba los principios doctrinales del régimen, y recuerdo que decía: "Los partidos políticos parten la sociedad, como su nombre indica". La dictadura nos ahorraba la división partidista y el encono de los debates sobre decisiones complicadas: el régimen y sus jerarcas ya decidían por nosotros.

Cada vez que se descalifica un proceso de decisión popular con el argumento de que fractura la sociedad pienso en las lecciones de aquel profesor de "Formación del espíritu nacional" (así se llamaba su asignatura). Nuestra ciudad, nuestro país y Europa entera están llenos de gente que nos quiere mucho y por eso nos quiere ahorrar el dolor de la fractura que nos aguarda si ponemos las urnas. Los hay que, con la mejor fe del mundo, piden a los políticos "que se pongan de acuerdo entre ellos" y luego ya nos contarán. Y los hay que proponen lo mismo desde la mala fe de quien quiere preservar sus intereses. Sea con buena o con mala idea, dan por buena la existencia de una élite de personas más listas que el resto, a la que se debería confiar la adopción de todas las decisiones. ¿Y como sabemos que estas personas son tan listas? Elemental: porque lo dicen ellas; cada una lo dice de sí misma y en grupo se lo dicen las unas de las otras. Y además, se lo creen.

¿Y si dejamos a los griegos que discutan y decidan su futuro?