Ahora es el hombre libre, y no Dios, el amo del tiempo. Liberado del estar arrojado, diseña lo venidero. Este cambio de régimen de Dios al de los hombres tiene consecuencias". Una de las más importantes es la desestabilización del tiempo, ya no tenemos el sello de la verdad eterna, el soporte seguro del orden dominante. Afirma Byung-Chul Han, surcoreano que se formó en Alemania y que hoy es profesor en Berlín. He comenzado con esta referencia filosófica porque estoy leyendo su libro: "El aroma del tiempo", un ensayo muy bueno para reorientarse sobre la propia vida en el mundo actual. También ayuda a entender mejor el sentido del progreso y las tensiones sociales y culturales en la historia.

Tenemos una relación con el tiempo muy controvertida. Me estoy refiriendo al paso de las horas, de los días, a la duración. Tenemos la impresión de que los meses y los años transcurren con lentitud cuando somos niños y adolescentes. Me viene a la memoria lo largo que se me hizo aquel tiempo en que estaba obligado a llevar pantalón corto. Parecía que nunca iba a poder alternar con los que lo llevaban largo o con las chicas, que solo hablaban contigo si habías dejado de ser un mocoso con las rodillas, llenas de postillas, al aire. En cambio, me sorprendía hace unos días de que ya se hubiera terminado este curso. Recuerdo con absoluta fidelidad el primer día del mismo, con su zozobra de nuevos alumnos, cursos y compañeros. Parece mentira que hayan transcurrido tantos meses. Quizás por eso, no podemos olvidar ese concepto de tiempo como duración sicológica, según Bergson, porque no lo podemos separar de la propia conciencia. Es muy diferente del transcurso que miden calendarios y relojes, tabletas o móviles. Esta medición nos organiza la vida a efectos prácticos, cuantitativos, y nos permite ser puntuales, educados y productivos. Pero el otro discurrir, el cualitativo, nos pone ante el sentido de la propia vida, nos da la medida de si nos sentimos felices o desgraciados, del aburrimiento o la alegría, de la tranquilidad o del remordimiento. Una prueba de esta doble vivencia, la tuve en aquel célebre concurso cultural de la TVE: "El Tiempo es Oro", que presentaba Constantino Romero, pude comprobar cómo los minutos duraban segundos, mientras concursaba, después, recordando aquella aventura, mi conciencia me aseguraba que había transcurrido mucho más tiempo que lo reflejado mecánicamente.

Cuando nos preguntamos por el cómo vivimos hoy, puede que tengamos la seguridad de que los acontecimientos se producen de forma más rápida que hace unos años. La cantidad de informaciones, incluso de vivencias, a nuestro alcance gracias a Internet, no son garantía, en absoluto, para hacer que una vida sea plena. La velocidad, la sucesión ininterrumpida de eventos, no da lugar a la duración, a la conciencia vívida de lo que está pasando. Por delante de los ojos de un joven o adulto, que pasa varias horas al día frente a una pantalla, se suceden tal cantidad de mensajes, pensamientos, imágenes, invitaciones, censuras, alabanzas y descalificaciones, que su mente no podrá discernir más allá de la impresión epatante o la truculencia trágica.

Una vida sin pausa, sin demora, obligada por la urgencia y la inmediatez, será una forma de vivir muy limitada. La hiperactividad aparece como una forma demasiado habitual de afrontar el día a día para muchas personas.

Aristóteles, Tomás de Aquino o Nietzsche nos recuerdan en sus obras, la importancia de la vida contemplativa, no de parada y retiro conventual, sino de reflexión, toma de conciencia y asunción de la propia acción personal sobre el mundo. Es necesario pensar, hace falta tiempo para pensar, sin pantallas delante, sobre qué hacemos y por qué, sobre el sentido del mundo y de nosotros en él. Nuestro pensador Ortega y Gasset ya nos advertía que la vida es siempre interioridad, jamás desafecto del hombre consigo mismo. La auténtica realidad es la que se refiere al propio sujeto.

Dice Nietzsche, a modo de conclusión: "Todos vosotros que amáis el trabajo y lo rápido, nuevo, extraño -os soportáis mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera- y ni siquiera para la pereza!".