te conocí siendo un niño, de oídas, cuando mi madre Justa y mi padre Felipe, cada 2 de julio, junto a las gentes de todo Aliste hacían un alto en la siega del centeno para salir camino de Alcañices para venerarte, Gran Señora. En esta tierra, tan acogedora como humilde, tan pobre de suelos rocosos como rica en bondades, tú fuiste, eres y siempre lo serás la fiel compañera de viaje de tu gente, nosotros, los alistanos y alistanas, para los que muchas veces hasta por las llanas veredas de la vida nos toca caminar cuesta arriba. En unos tiempos donde el dinero envilece y corrompe, nosotros, humildes, desde nuestra sencillez, nos atrevemos a mirarte a los ojos y a pedirte solo salud, nuestro bien más preciado, para padres y madres, abuelos y abuelas, hijos e hijas y amigos. No queremos riquezas, solo que la enfermedad sea cosa pasajera. Siglos han pasado ya, amada Señora, desde que te apareciste allá entre Viñas y El Poyo. Testigo tú de nuestras miserias y grandezas, cubriéndonos bajo tu manto divino cuando nuestro paraíso terrenal se convierte en un valle de lágrimas. Aquí, entre cumbres borrascosas de urces y escobas floridas, sobre riberas de verdes praderas, sigue cuidando de nosotros, felices con nuestra humildad, cuando sufrimos. Nunca te hemos fallado y por eso Gran Señora nunca nos dejes caminar solos. La salud siempre será nuestro bien más preciado y tu nuestra eterna esperanza amada, Virgen de la Salud.