El impacto en la opinión publica de la crisis y la corrupción lo ha quemado casi todo: la confianza en las instituciones, desde luego, pero especialmente las siglas de los partidos que no gozan de la credibilidad de hace una década. "Asistimos a una renovación forzosa de las marcas políticas porque las viejas ya no son creíbles. Unas han caído ya y otras lo harán en breve", sostiene Félix Martínez de la Cruz, consultor político que fue portavoz de Izquierda Unida con Julio Anguita y desde hace años trabaja con Leonel Fernández, expresidente de República Dominicana. Miren hacia Cataluña: lo que era Convergencia i Unió se rompe y ni siquiera valdrá ya Convergencia a secas, porque el escándalo Pujol chamuscó la marca. Artur Mas nos presenta ahora "el partit del president", un ensayo de gaullismo a la catalana. O lo acierta en septiembre, o se marcha a casa. Y del PSC, salvo en el ámbito municipal donde resiste, ni hablamos.

El primer partido en transformar su nombre fue la Alianza Popular de Manuel Fraga que pasó a llamarse Partido Popular. Pero tres décadas después las siglas llevan plomo en las alas si atendemos a cómo lo escondían en el cartel muchos candidatos, como Carlos Negreira en A Coruña, o Monago en Extremadura, los dos, por cierto, desalojados del poder. Todavía tiene recorrido, pero los cambios de Rajoy esta semana apuntan a que cuando se oiga Partido Popular nos venga a la mente la imagen de Pablo Casado, Javier Maroto, Andrea Levy o cualquiera de los jóvenes sin quemar que van a componer la nueva dirección.

El Partido Comunista de España fue de los primeros en cobijarse bajo el paraguas de Izquierda Unida después de su derrota en 1982 ante el ciclón socialista, pero ahora que la izquierda está más desunida que nunca, busca alternativa urgente a sus siglas. Se resistió a disolver las suyas en las candidaturas municipales, como proponía Podemos, y ahora, tras el fracaso, ya lo acepta, pero es la dirección del partido de Pablo Iglesias quien no quiere negociar. La OPA hostil de Podemos a Izquierda Unida está por arruinar definitivamente la vieja formación.

A Iglesias quien se le resiste es el PSOE, la segunda etapa del asalto al poder programado por Podemos. La noche electoral, el mensaje clave que destacaba Pedro Sánchez era ese: los socialistas encabezamos la oposición. Los resultados de Podemos, en cualquier versión, fueron espectaculares, pero no es un secreto que sus líderes esperaban un desplome del PSOE que no se produjo. Y la previsión es que el PSOE, que cada vez esconde menos sus siglas, mejore resultados en las generales, como también el PP. Hay un voto oculto importante, especialmente popular, que ya empieza a salir de casa según muestran las primeras encuestas tras el 24 de mayo. Pero que nadie cante victoria. Esto va muy rápido y puede pasar de todo.

La primera consecuencia de los pactos para componer ayuntamientos y gobiernos autónomos ha sido la asunción, por los dos grandes, de posiciones menos condescendientes con el poder económico, impuestas por Podemos y Ciudadanos, que ya lanza a Rivera a la conquista de Moncloa. Los desahucios son la estrella fulgurante de los acuerdos. El PSOE en Castilla La Mancha aceptará la dación en pago retroactiva, como exige Podemos para no inhibirse dejando que gobierne la señora Cospedal. La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ya se ha dirigido a los presidentes de los bancos y en Barcelona, a Ada Colau a ver quién le echa a un inquilino moroso de casa.

Hay constancia de que los empresarios empiezan a preocuparse seriamente y de forma especial en Cataluña. A Duran Lleida le venía pidiendo el poder económico que diera un paso al frente y se bajara del autobús hacia la independencia fletado por Mas con Oriol Junqueras de copiloto. Ya se ha bajado pero la mitad de los suyos se ha quedado a bordo. Con todo, el llamado "proceso" se debilita en imagen y se confirma que no todos los que piden un referéndum en Cataluña es para votar que sí. Por ejemplo, Duran y también Ada Colau, o personalidades mediáticas como Julia Otero. Quizás va siendo hora de que en Madrid en vez de actuar solo con criterios estrictamente jurídicos se piense en política. Pero antes de las próximas elecciones generales que nadie espere nada. El Partido Popular, con dificultades para taponar su flanco derecho, además del centro, no está para reconsideraciones. Después, todo se puede hablar.