N ada más lógico que en un ambiente tan revuelto como el que se vive en el PP saliese alguien pidiendo la refundación del partido. A la vez que el resto de los máximos dirigentes regionales se volvían airados contra un Rajoy que los lleva de cabeza a la debacle insalvable -con los resultados del 24-M tendría en las generales 120 escaños como mucho, lo que haría insuficiente un pacto con el centro, con Ciudadanos-, la ambiciosa y derrotada Aguirre ha clamado por la necesidad de buscar la única manera de salir de las cenizas y ocupar un lugar en la política española, un lugar del que ahora mismo la mayoría del electorado ansía desalojarles del todo como bien demostrado ha quedado.

Dudoso es que en esa refundación tuviese un hueco la señora condesa, que lleva años y años ocupando cargo tras cargo, alguno de extraña manera, como la comunidad de Madrid, pues ella debiera ser la primera en irse para su casa, con Rajoy y toda su vieja guardia de corps que se aferra al presidente del Gobierno porque su salvación es la de ellos. Pero, por otra parte, no sería la primera vez que el PP fuese refundado, pues primero lo intentó Hernández Mancha, tras sustituir a Fraga, y luego lo consiguió Aznar, que puede ser quien esté tras la idea, aunque una mayoría de la cúpula rechace su liderazgo en la sombra.

Pero algo tendrá que hacer el partido todavía en el Gobierno si quiere jugar algún papel en esta España decadente y en su futuro próximo. La renovación no puede ser inmediata, pues a medio año de las elecciones generales y con Rajoy encastillado, la suerte está echada. Después, y gobierne en coalición con Ciudadanos o no gobierne, habrá llegado su momento de enfilar un nuevo camino hacia 2019. Precisa para ello de líderes jóvenes o más jóvenes, que lleguen para cumplir una misión por un tiempo determinado, nunca para convertirse en un eterno vividor de la política. Esa búsqueda tiene que llegar no a través del dedo sino a través de elecciones primarias, inexcusables, y de una ley electoral abierta.

Está también la imagen y la ética. Un nuevo PP tendría que asumir sin complejos y sin caretas centristas su rol de partido conservador y liberal. Se es lo que se es y nada más. Lucha sin cuartel contra la corrupción, y transparencia por ética, no por ley. Con políticos no profesionales, con gente que no viva de la política, porque peor, imposible. Con gente que tenga la dignidad de dimitir cuando no se cumple el objetivo, cuando se pierde. Tenían que haber dimitido muchos en la misma noche del 24-M. Pero ni un mea culpa, ni una autocrítica, al contrario, como en Zamora. Donde, por cierto, PSOE e IU han defendido la capilla del Hospital derribada por la Junta mientras las autoridades locales se lavaban las manos.

Y luego está el talante, que es un concepto y una palabra malditos desde que la usara Zapatero, pero que es algo que tiene que ver y mucho con el PP, algo que tiene que cambiar si quiere que llegue un día en que se le vea de otra manera. "Habéis convertido el PP en un partido tan profundamente antipático, habéis cabreado tanto a la gente, que vuestro destino está escrito en el viento. La pena es que el precio de vuestra fatal arrogancia lo vamos a pagar todos", ha escrito el prestigioso articulista Jesús Cacho. Así es.