Este tiempo de tránsito -acabamos de celebrar unas elecciones y ahora tenemos que esperar hasta que se constituyan las distintas corporaciones municipales y las Cortes de Castilla y León- invita a la reflexión. El Mirador del Troncoso, en la capital, es un sitio ideal para pensar. Mirar el Duero siempre es un ejercicio muy creativo. El río Duradero pasa a ritmo plácido y sosegado, convertido en espejo donde se mira la ciudad, que casi siempre le da la espalda, ignorante y desconfiada, celosa de que el Duero le dispute la historia conjunta que los dos han protagonizado. Penurias y alegrías, mil cuitas juntos aunque, eso sí, la ciudad nunca debe olvidar que sin el río no sería nada, ni siquiera hubiera existido.

Pienso lo injusto que resulta que la ciudad se haya olvidado del Duero, su origen y su justificación primera y última. Ninguna ciudad del mundo da la espalda a su razón de existir. Aquí sí ha ocurrido. Zamora se ha ido por caminos secos y polvorientos, olvidándose de ese paisaje natural de ribera que le da frescor y le daría vida si no mirara para otro sitio.

Zamora es el Duero y el Duero es algo más que Zamora. Pero ciudad y río son una misma cosa, un conjunto de paisajes, de sensaciones, de sentimientos. El agua y la piedra se necesitan para seguir rodando y haciendo posible la vida.

Vamos a hacer votos para que la ciudad se dé cuenta de que no puede mirar para otro sitio. Necesita el río como el aire, como el territorio. Ahora que se abre un tiempo nuevo, es el momento de reflexionar y volver al origen. Zamora y Duero, dos cosas y una sola.