Las tierras benaventanas, con su villa a la cabeza, han caído poco bien desde siempre a las administraciones, a quienes los hados persiguen sin piedad. De otro modo no se entiende lo que ocurre en ese Benavente, nudo de comunicaciones claro y definido de nuestra maltratada España, con una vía que explica tres milenios de historia y que, en la época gloriosa del trazado de las seis vías nacionales con Primo de Rivera, se convirtió en la N-630 que enlaza Sur y Norte como eje vertebrador de todo el oeste. De otro modo, insistimos, no se explica la situación del proyecto de Barcial del Barco. Es como si una maldición hubiese salido del santuario del Pisuerga y se dejara caer con toda su fuerza sobre estas tierras, en un maligno futuro, un desahogo visceral propio de quienes no tienen ni dan para más.

Dos importantes centros de trabajo se han cerrado en la villa condal y ahora, que llega un nuevo proyecto, a nadie parece importarle. Cosas de los urbanitas titulados, esos que miran al campo de reojo sin llegar a descubrir la riqueza que puede generar cuando se le atiende con eficacia y se lleva por delante como bandera.

Cientos de puestos de trabajo, cientos de miles de toneladas de productos del campo que pueden reciclarse para la energía. Los señoritos divagan en los despachos mientras Barcial y las tierras benaventanas esperan.