Veo en España, lo confieso abiertamente, muy poca televisión. La mayoría de los programas me parecen totalmente prescindibles, simple entretenimiento que parece dirigido solo al mínimo denominador común de nuestras mentes de telespectadores.

Pero a veces uno tiene la suerte de encontrar una emisión que, si no le reconcilia con ese medio, sí le permite imaginarse lo que podría ser una televisión que cumpliese realmente su papel de espejo crítico de la realidad, algo que -claro está- da mucho miedo al poder.

Vi por suerte el otro día una de esas emisiones y no precisamente en la cadena pública, que parece estar al servicio del Gobierno cuando debería servir a la comunidad. Trataba de uno de esos dramas por desgracia cotidianos de nuestro país.

Me refiero a los desahucios. La emisión, que tal vez hayan visto algunos, tal vez incluso muchos de ustedes, y pido entonces perdón, daba voz a miembros de ese movimiento que trata de evitar que familias en las que uno o todos sus miembros han perdido de pronto el trabajo se queden también sin techo por no poder seguir pagando el alquiler o la hipoteca.

Hablo por supuesto de los casos extremos, por desgracia tan abundantes, aquellos en los que las viviendas pertenecen a algún banco rescatado con dinero público o las de tipo social que han sido adquiridas por alguno de los llamados "fondos buitres", que nada más hacerse con la propiedad, deciden subir los alquileres.

Tal vez la parte más interesante de la emisión era aquélla en la que el reportero entrevistaba en la capital austriaca a personas, entre ellas una arquitecta de viviendas sociales, que explicaban la prioridad que allí se ha dado siempre al alquiler frente a la propiedad y cómo también, a diferencia de lo que ocurre en París, se trata de evitar que esas viviendas de alquileres asequibles se conviertan en guetos gracias a una política social que permite la convivencia de familias de distinto nivel de ingresos.

Conozco personalmente algunas de esas viviendas sociales, entre las que destaca el Karl Marx Hof, porque en los ocho años en que trabajé allí de corresponsal debía bajarme diariamente en la parada de tranvía más próxima al mismo, y no me cansaba de admirar aquel bello edificio construido en los años veinte por un discípulo de Otto Wagner.

Rodeada de jardines, aquella mole de un kilómetro de largo, que contiene cerca de 1.400 apartamentos, parece una orgullosa fortaleza, y de hecho sirvió para que en el levantamiento popular de febrero de 1934, los rebeldes se hicieran allí fuertes para terminar bombardeados por el Ejército, la Policía y las fuerzas militares austrofascistas.

Hay repartidos entre distintos distritos de Viena muchos más bloques de viviendas sociales construidos por sucesivos gobiernos municipales socialistas a lo largo del período de posguerra, pero ninguno tiene la misma orgullosa belleza que el que lleva el nombre del autor de "El Capital".

La escena más impresionante del programa de TV al que me refiero es aquélla en la que el reportero muestra a la arquitecta entrevistada y a una joven madre también austriaca que vive en uno de esos bloques el vídeo de un desalojo por la fuerza de una familia española rodado desde el interior de la vivienda.

Había que ver la cara de asombro e incredulidad de ambas mujeres ante el espectáculo de la Policía echando abajo con gran estruendo la puerta del apartamento. "Es brutal. No parece civilizado", fue el comentario espontáneo de la arquitecta. Y uno no podía sino darle enteramente la razón.