Uno de los fundamentos de la democracia es la alternancia. Los ciudadanos se organizan en partidos, tratan de convencer al mayor número posible de votantes y unas veces ganan unos, otras ganan los contrarios. Así funciona normalmente el sistema aunque, como es lógico, en ninguna parte esté escrito cuánto tarda en producirse la alternancia entre los que compiten. Esta suele llegar cuando el que gobierna lo hace mal, fracasa y muchos de sus votantes, decepcionados, cambian el sentido de su voto. Sin embargo, para que eso ocurra debe de existir al menos un partido preparado para el relevo. Y eso no sucede siempre, por desgracia. Piensen en Andalucía o en Castilla y León. En Andalucía el PSOE lleva gobernando desde el minuto cero. No ha existido una sola alternancia. ¿Tan bien lo hace, década tras década? La respuesta es obvia, no, no es eso lo que lo explica. La explicación está más bien en la incapacidad del PP para ser percibido como alternativa por una mayoría suficiente de andaluces. Y esa falta de alternativa mata la alternancia. Lo mismo pasa en nuestra comunidad autónoma. El PP llegó a ella en su momento por los pelos (del bigote de Aznar) y sin mayoría. Pero existía un CDS en el que apoyarse y que no tardó en engullir. Enfrente, un PSOE que ha ido de mal en peor, eligiendo cada vez peores candidatos y reduciendo apoyos. La tarea de los gobiernos autonómicos del PP no puede ser más gris, más pegada a intereses sectoriales muy concretos y con los inevitables aromas „por no decir tufos„ a la corrupción de la que no parece salvarse institución alguna. Sin embargo, llegan las elecciones, ¿y qué se encuentran los electores como alternativa? Un PSOE cada vez más desnortado. La alternancia no es viable. Y la política autonómica se convierte, aquí, en Andalucía, en Galicia, etc., en una charca de aguas estancadas.

Todos sabemos lo que pasa con el agua cuando no puede fluir, renovarse, oxigenarse: se pudre, deja de albergar vida. Eso es lo que pasa en la política cuando muere la alternancia. La vida política se pudre, pierde vitalidad, los cargos se heredan y se pierde por completo la visión de la gente para la que hay que gobernar; se gobierna para los de dentro, que son los que te permiten seguir en el cargo, te promocionan, te ascienden o te despiden. El nepotismo y la corrupción son las enredaderas que no tardan en apoderarse de los alrededores de esas aguas políticas estancadas. Por eso desde Podemos damos una importancia extraordinaria a las elecciones autonómicas que habrá en mayo, al tiempo que las municipales. Creemos esencial preparar una oferta sólida, unas candidaturas impecables y un programa social y sorprendente porque somos la única esperanza de romper el dique que ha estacando las aguas de Castilla y León. El dique, claro, es la mayoría absoluta del PP. Ha durado demasiado, casi tres décadas, y políticamente no se puede respirar en esta comunidad, salvo que seas de los suyos (y te dé igual lo que respiras). Las aguas tienen que volver a correr, a oxigenarse, a renovarse, a dar y recibir vida. El pésimo rumbo de Castilla y León es difícilmente separable de la existencia de esta otra casta que ha florecido en torno a las miles de poltronas bien pagadas que dependen de la Junta y a las que no acceden los más capaces, sino los amigos y parientes de los pocos que cortan el bacalao pepero autonómico.

El momento es ahora, será en mayo. Estamos preparando las excavadoras programáticas que rompan los diques de esta presa regional. Ahí, en nuestro Parlamento autonómico, hay otro candado que tenemos que romper, como lo habremos roto antes en la socialista Andalucía y como el que trataremos de romper no tardando mucho en instituciones locales que, como las zamoranas, languidecen igualmente y se van pudriendo en esta política de aguas estancadas. Podemos nació hace solo un año y aún no sabemos si ha venido para quedarse mucho tiempo. Lo cual no importa mucho, porque es solo una herramienta. A lo que sí ha venido, y pondrá la vida en ello, es a agitar las aguas de la pútrida política española. Si lo logramos, no será pequeño el éxito: volverá la vida, la vitalidad a las buenas gentes de esta tierra, ahora tan ferozmente pisoteadas en favor de los peores. En Castilla y León, como en tantos otros sitios, necesitamos alternancia. Y ese será nuestro primer gran objetivo ante las autonómicas. Para que la palabra democracia vuelva a tener algún significado.