Por ese orden. Como en aquella película de 1989, de Steven Soderbergh, interpretada por Andie MacDowell, solo que cambiando el sexo por la corrupción. Primero se produce la corrupción, luego se niega categóricamente, mintiendo lo que haga falta y, finalmente, las grabaciones de vídeo -procedentes de las hemerotecas- dejan con el culo al aire a los corruptos y a quienes los han defendido y continúan defendiéndolos.

Esa cadena de hechos se repite frecuentemente en nuestro país, y la clase política no solo no es capaz de romperla, sino que parece hacer lo posible porque continúe "sine die": negándola, justificándola o tratando de disimularla; unas veces apoyándose en leyes obsoletas e insuficientes, y otras con el uso y el abuso del "y tú más".

Lo cierto es que, tanto ha ido el cántaro a la fuente, que la gente ya no sacia su sed en las promesas electorales, porque hace tiempo que la vasija se hizo añicos, y ningún alfarero se ha decidido a repararla o a fabricar una nueva. De manera que tal situación ha provocado que a la gente se le haya agotado el cupo de credibilidad que tenía reservado para las elecciones; así que, aunque ahora traten de convencerla con "jazmines en el pelo y rosas en la cara" como la Flor de la Canela, y aunque la gente estuviera predispuesta a hacer un acto de fe, no le resulta posible llegar a creerse nada. Porque está todo tan visto como la liga de fútbol, que siempre la ganan el "Madrid" o el "Barça". Es tal el grado de desconfianza que un gesto fugaz o un movimiento de ojos, resulta suficiente para caer en la cuenta que la película es la misma del día pretérito, del mes pasado o del año anterior; y los pocos que aun mantienen la virtud de la fe, está por ver cuanto pueden durar en ese estado de ilusa santidad.

Hasta que no llegue el momento en que cada partido haga limpieza en "su propia casa", eliminando a los corruptos y poniéndolos a disposición de la Justicia, nadie podrá volver a confiar en ellos. Porque se lo han ganado a pulso y, desafortunadamente, sus movimientos no permiten atisbar ningún deseo de querer cambiar de escenario, sino más bien, de limitarse a confiar en la providencia y en que no salga por ahí algún juez o algún medio de comunicación sacando a relucir el siguiente escándalo.

Nada más patético que el pleno del otro día en el Congreso, en el que los distintos "grupos" no fueron capaces de ponerse de acuerdo para poner en marcha una ley que regule "en algo" las tropelías de los cargos públicos y los partidos políticos. Un pleno con la ausencia de una ministra dimitida por mor del caso Gürtel, y un presidente de Gobierno que continuó con el "y tú más" para defender sus débiles argumentos. Una Rosa Díez diciendo que "estamos apañados". Un Martínez Pujalte diciendo que la señora Mato se limitó a comer el corrupto jamón que le regalaban a su marido. Unas señorías ejerciendo de palmeros, cuando intervenía su líder, y poniendo caras raras cuando lo hacía alguno de la competencia. Nada nuevo. Muletillas tan usadas como aburridas. Ausencia de nuevas ideas en esa pléyade de representantes que, en número de trescientos cincuenta, dicen representar a los ciudadanos. Alguno, aun se estará preguntando si no habrá, al menos, uno por partido político, con sentido común y vocación de estadista, que se le ocurra hacer algo capaz de solucionar tan grave problema.

Menos mal que las hemerotecas aún no han sido destruidas como la biblioteca de Alejandría, y las cintas de vídeo, los Cd, los DVD y demás soportes que archivan los recuerdos de la historia permiten refrescar la memoria; porque de no ser así, seguiríamos aún creyéndonos el cuento de sal y pimiento.