La percepción de la realidad tiene un componente de subjetividad capaz de explicar, por sí mismo, que dos personas enfrentadas al mismo suceso lo puedan analizar de forma totalmente diferente.

Últimamente escucho que cierta formación política es un problema, sin embargo, hay quienes la ven justamente al contrario: como la consecuencia de un problema.

Vendría a ser, para estos, la consecuencia de la corrupción, la chapuza y el fiasco. El hartazgo de la ciudadanía transformado en partido político.

De reciente creación, su aspiración es hacer tabla rasa de una concepción chulesca y servil de la política, y gobernar. Un proyecto legítimo y ambicioso cuyo ascenso es imparable, según las encuestas, porque las conductas de sus adversarios le dan los votos a cientos. No en vano, cada vez es mayor el desencanto.

Algunos la critican. Es lógico, viniendo de quienes ven peligrar sus prebendas. Sin embargo, hay otro tipo de crítica un tanto sorprendente: la que le llega de aquellos que tienen miedo a lo desconocido.

Quizás piensen estos últimos que, si gana las elecciones, incumpla su programa electoral. O que, si llega al poder, el paro alcance el 25% y la corrupción esté tan instalada en la estructura del partido que su tesorero pague en dinero negro al secretario general y resto de dirigentes. No sé.

Tal vez teman que, si algún día gobernara, sus exministros acaben en un Banco desde el que timar a jubilados o creen tarjetas de crédito, con cargo a la cuenta de "Quebrantos" de una entidad rescatada con fondos públicos, para comprar lencería fina y pagarse borracheras.

Quizás teman que, con ella rigiendo el destino del país, se despilfarren millones de euros en aeropuertos, trenes y autovías. O que, bajo su legislatura, a los presidentes autonómicos les toque la lotería no una, ni dos, ni tres veces. Muchas veces, hasta acabar guardando el dinero de su rapiña en bolsas de basura y cajas de zapatos. Podría ser. O, tal vez, que sean miles los políticos imputados. O que una asociación de jueces demande al mismísimo Ministerio de Justicia, ¡lo nunca visto!, por incumplir su obligación de dotar a los juzgados de medios suficientes para acabar con una sobrecarga de trabajo que afecta, según dicen, a los sumarios sobre corrupción. O que nuestros jóvenes se vean obligados a salir del país. O que no tengamos ni una Universidad entre las cien mejores del mundo. O que su gestión económica sea tan nefasta que la deuda supere el 100% del PIB. O que se financien organismos duplicados e inoperantes. O que se desmantele el sistema sanitario. O que se resquebraje la unidad del país. O que los políticos tengan tribunales especiales y gocen de jubilaciones privilegiadas mientras miles de personas, desahuciadas, duermen en la calle.

No lo sé. Es difícil saber, exactamente, a qué se debe el temor de algunos. Lo cierto es que nace en el miedo a lo desconocido y, por tanto, carece de toda lógica. Sin embargo, no es tan irracional como pudiera parecer.

Al fin y al cabo, si todo esto llegara a suceder, estaríamos al borde de un precipicio.