He aquí un clásico debate. ¿Qué es mejor, vivir en una gran ciudad o en una pequeña?, ¿vivir solos o acompañados?, ¿independizarse o vivir en comunidad? son cuestiones que tienen tantas respuestas como personas a las que se les llegue a preguntar. Cada uno responderá una cosa distinta, o al menos la adornará de matices, o se decantará por un depende. Porque, lo cierto, es que no se ve lo mismo el hábitat en que vivimos, en la infancia que en la juventud, en la madurez que en la senectud, o desde la pobreza que desde la opulencia, o en la costa que en la meseta.

A las grandes ciudades les sobran las prisas y la contaminación, mientras que en las pequeñas se abusa de la rutina. De las grandes ciudades nos quedaríamos con la oferta de espectáculos lúdicos y culturales, y el mayor abanico a la hora de optar a un empleo; en tanto que en las pequeñas no prescindiríamos de la delicia de pasear con tranquilidad y aprovechar que cunde más el tiempo. Pero lo cierto es que no se puede tener todo, porque en cada lugar predominan unas u otras circunstancias, y esas son las que son, y algunas no pueden cambiarse. Por mucho que nos esforcemos en la meseta nunca veremos el mar, ni en el centro de las grandes urbes se conseguirá imponer el silencio y el olor a pino. De manera que lo más inteligente sería no quejarse tanto y aprender a aprovechar las buenas cosas que, sin duda, hay en cualquier parte. Así, en Zamora, disfrutando de un paseo por "Valorio" en otoño o en la primavera por el circuito "entre puentes", no echaríamos tanto en falta las cosas que ofrecen otras ciudades.

Todo tiene mejor acogida si se sabe encontrar su aquel. Y además, cuando nos cansemos de la rutina, siempre cabe acercarnos a una ciudad más cosmopolita; o más tranquila si nos encontráramos estresados. Pero lo cierto es que, los ciudadanos no nos conformamos con nada, y menos con el lugar en que vivimos, porque siempre le encontramos limitaciones y defectos respecto a los vecinos de al lado. Ese afán de reclamar para nosotros lo que, a nuestro juicio, tienen de bueno los demás, no impide que cuando estemos fuera del terruño, caigamos en la tentación de exaltar exageradamente nuestras virtudes, presumiendo de gastronomía, de historia, de monumentos, de paisajes. Así para un zamorano, no habrá carne mejor que la alistana, ni mejor arroz que "a la zamorana", ni mejor vino que el de Toro. Un zamorano, por defender su terruño, sería capaz de mantener que son nuestras montañas las más altas, aunque se esté refiriendo a simples colinas.

Por eso no tiene nada de extraño que, a nivel autonómico, también se den este tipo de sentimientos, de sensaciones, de deseos. Así, es normal que los catalanes estén orgullosos de lo suyo, y los vascos, y los gallegos, pues por tener tienen hasta una lengua adicional a la que hablamos nosotros los castellanos. Pero cuando se entromete la clase política por el medio, y la situación económica ofrece una situación lamentable, se suele poner en marcha el fácil ejercicio del populismo, y los líderes se creen con derecho a manipular los sentimientos y a pasarse cien pueblos; a afirmar que los demás les roban, o a utilizar torticeramente la historia, o a decir que no se les quiere como se merecen. Y aunque se trate de estrategias harto repetidas lo cierto es que prenden en mucha gente. Da lo mismo que lo primero sea fácilmente rebatible, lo segundo mera técnica de manipulación de masas, y lo tercero, al tratarse de un sentimiento, algo difícil de evaluar que, por otra parte, necesitaría ser correspondido, ya que no hay nada más inútil que entregar el afecto a quien sabes que no te va a corresponder.

Eso de amar y defender lo propio es algo consustancial a los seres humanos, porque un guipuzcoano siempre dirá que el encanto de San Sebastián supera en mucho a los indudables atractivos del "Guggenheim" de Bilbao, por poner por caso, o un gerundense que las hermosas calas de su costa nada tienen que ver con la monotonía de los arenales de Tarragona. Pero no por ello, estará justificado su derecho a pedir la independencia de Euskadi o de Catalunya. Como tampoco lo estaría Zamora si decidiera hacer la guerra por su cuenta, como preconizaba aquel utópico "Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana" elaborado por Agustín García Calvo en los años próximos al "mayo del 68".