Estuve casado con una catalana. Juntos cantamos el "Virolai" (canto tradicional en honor de la Virgen de Montserrat) al terminar la ceremonia de nuestro enlace matrimonial, que se desarrollo en catalán, en una pequeña ermita del Maresme. Cantando el "Virolai" con mis hijas la despedimos de este mundo en tierras castellanas, y el "Virolai" resonó una vez más en la grandiosa iglesia vallisoletana de San Benito en su funeral.

No puedo, por tanto, dejar de sentir a Cataluña como algo mío y de mis hijas -íntimamente nuestra-, a pesar de sentirnos profundamente castellanos, de modo que cuanto allí suceda no puede dejarnos indiferentes. Y estamos preocupados.

No creo que seamos los únicos españoles a este lado del Ebro que tengamos estos sentimientos. Somos muchos los que nos consideramos familias "mestizas"; muchos más los que tenemos amigos catalanes; muchísimos los que recuerdan con afecto paisajes y personas de una Cataluña que alguna vez visitaron; ?Y millones -estoy convencido- a los que les preocupa el desgarro que se ha producido, o que pueda llegar a producirse.

Nos preocupa ese desgarro, además de por razones afectivas -que son las fundamentales-, porque creemos que nos empobrecemos. Pero no en sentido material -¡que también!- sino en nuestro más rico patrimonio inmaterial. Porque la pertenencia a una nación plural, como es España, significa disfrutar de la riqueza de su diversidad de pueblos, de sus culturas, de sus distintas maneras de ser,? Sin Cataluña dejaríamos de ser España. Seríamos otra cosa; más pobre. Nada sería igual, a pesar de lo que puedan afirmar algunos, en el sentido de que, al fin y al cabo, ellos no se van, sino que se quedan en su tierra y que desean y pretenden ser nuestros buenos vecinos. Lo que puede suceder se parece más bien a un divorcio y, aunque éste fuera amistoso, no deja de ser un trauma, porque es el producto de un desamor.

Hace mucho que todos tendríamos que habernos preguntado por qué hemos llegado a la situación ante la que nos encontramos; por qué, en repetidas ocasiones, han salido a la calle cientos de miles de catalanes con banderas esteladas, o por qué estas lucen en millares de balcones de pueblos y ciudades de Cataluña, diciéndonos, sin duda alguna, que no quieren seguir manteniendo con nosotros una relación distinta a la que aspiran a mantener con otros pueblos de Europa, mientras se reducía el número de quienes siguen sintiéndose nuestros compatriotas. Muchos de estos últimos, también, querrían haberse dejado oír, en algún tipo de consulta legal, con garantías democráticas, para que quedase clara cuál es la voluntad mayoritaria entre sus conciudadanos respecto a su futuro, del que se sienten dueños,? aunque a los demás también nos afecte, o nos duela.

Tras el fallido pseudo-referéndum y la celebración de la pseudo-consulta alternativa, creo que no podemos ya, por más tiempo, dejar de formularnos aquella pregunta y hacer un examen de conciencia al respecto.

Deberíamos comenzar por admitir que hemos sido nosotros, los otros españoles, los que en ocasiones les hemos considerado extranjeros (lo he vivido en la carne de mi propia esposa); los que no hemos hecho nuestra, a pesar de ser tan española como nuestro castellano, su lengua materna, escandalizándonos de la inmersión lingüística en esa Comunidad, mientras aquí, en muchas comunidades, se aplaude la inmersión conducente al bilingüismo en inglés; o los que, con frecuencia, hemos caído en la trampa de los nacionalistas, de admitir una dualidad enfrentada, "España-Cataluña", sin reflexionar en que una engloba a la otra, sin la cual deja de ser lo que es.

Además debemos recordar los hechos concretos que, especialmente, en estos últimos años, han contribuido a crear un sentimiento de "no nos quieren", "nos empujan a irnos", de muchos catalanes. Me refiero a esas mesas que recogían firmas contra la reforma del Estatut; al boicot al cava; al recurso presentado ante el Constitucional, cuando se admitían modificaciones análogas en los estatutos de otras comunidades; y a una sentencia del alto Tribunal que tardó años en llegar, cuando ya se había celebrado el referéndum que lo ratificaba, y que vino acompañada de unos comentarios "poco afortunados".

Se ha desdeñado el clamor de sus Diadas multitudinarias, considerándolas un "souflé" pasajero, y, ante su deseo de poner de manifiesto ese malestar en una consulta, no ha habido otra respuesta que el "No" y el argumento de que la Constitución no lo contempla, y por lo tanto lo prohíbe.

Es evidente que algunos catalanes tienen, también, su parte de culpa, y no menor. Pero aquí se trata de hacer nuestro propio examen de conciencia y no de señalar las faltas y los pecados de los otros.

Ha llegado la hora de decir a los catalanes que somos millones los otros españoles que sentimos un profundo afecto hacia ellos y los que pensamos que hemos hecho muchas cosas juntos y esperamos que aún es posible hacer juntos muchas cosas más; entre las que, en primer lugar, debería figurar seguir construyendo una nueva casa familiar común donde todos y cada uno de los pueblos de España puedan sentirse cómodos.

(*) Expresidente de las Cortes de

Castilla y León