Será cierto, que lo es, sin duda ninguna, que no todos los políticos son corruptos o corruptos potenciales, pero aquí y ahora más seguro es aún que nadie, absolutamente nadie, pondría la mano en el fuego por ninguno de ellos, ni por los de arriba ni por los de abajo, las cosas como son.

Y el caso de Monago, el presidente de Extremadura que venía mostrándose como el azote del PP a la corrupción, aumenta la grave sensación y la hediondez que desprende de la charca política. Lástima porque parecía uno de los pocos barones populares capaces de escalar a la cúpula del partido el día que los Rajoy, Cospedal, Arenas y demás tengan que dejar paso, por fin, a la renovación.

Pero va a ser que no. Puede que no esté hundido Monago, pero de esta sale tocado y mucho. Lo más curioso y significativo es que con el escándalo abierto, el presidente extremeño, en la convención celebrada en Cáceres por su partido, ha insistido una y otra vez en la tolerancia cero del PP contra los casos de corrupción, quizá porque el hombre ya tenía hecho el discurso que iba a soltar.

No le ha quedado otro remedio, sin embargo, aunque al principio lo negase a medias, que reconocer que sus muchos viajes privados a Canarias para visitar a su pareja de entonces -los hechos ocurrieron hace cuatro o cinco años- eran costeados por el Senado, donde ocupaba un escaño, y que ahora está dispuesto a devolver hasta el último céntimo lo gastado, se calcula que unos 10.000 euros.

Mejor, más completa y digna, ha sido la reacción de otro diputado del PP que por esas cosas que tiene la vida se había convertido en los últimos tiempos en el acompañante actual de la anterior pareja de Monago a la que igualmente iba a visitar a Canarias a costa del dinero público. Esto es vida, desde luego, y aunque el diputado en cuestión ha tenido la decencia de dimitir, el doble asunto ha servido para poner de relieve la falta total de control de las instituciones y el derroche a que ello da lugar.

Resulta que senadores y diputados viajan gratis total por tierra, mar y aire. El Senado y el Congreso les pagan hasta el tícket del aparcamiento. Y todo ello sin necesidad alguna de justificación, o sea vía libre a hacer lo que a cada uno le dé la gana. Las instituciones confían en la ética de quienes las integran, se asegura. A buena parte van. A todo lo cual hay que sumar dietas y gastos añadidos.

Es muy difícil que un país levante cabeza así. Porque hay que tener en cuenta, igualmente, que ni el Congreso ni el Senado dan cuenta pública de estas partidas, pues la supuesta transparencia se limita a los viajes oficiales de delegaciones y comisiones. Y si ahora han saltado estos dos casos, por líos de faldas, de lo que nadie duda es de que en este asunto de los viajes a discreción, con todo pagado, sus señorías harán de su capa un sayo y que lo pague el pueblo, que aquí hasta el más tonto hace relojes.

Lo primero que se le ocurre a cualquiera es preguntar hasta cuándo se va a mantener el Senado, esa institución que no sirve absolutamente para nada y que en pocos países existe. Y lo segundo, mirar qué apuntan los programas electorales de Vox y de Podemos respecto a los privilegios de los parlamentarios.