El mes pasado se inició en toda la Iglesia y en nuestra Diócesis de Zamora la celebración del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. Animados por el ejemplo edificante que nos están dando sus hijas del Carmelo de Toro somos muchos los que nos hemos querido embarcar en este viaje tan humano y tan espiritual al mismo tiempo. A una maestra en tantas facetas como lo fue esta gran mujer del s. XVI hay que conocerla y descubrirla no de oídas, sino leyendo alguno de sus libros que nos aportarán datos de ella y, sorprendentemente, también de nosotros mismos.

Muy a menudo necesitaba verterse a través de su pluma en el papel. Sintió como una urgencia contar lo que Dios hacía en su vida. Escribió su autobiografía en "Vida"; "Camino de Perfección" lo escribió a petición de sus monjas, para que les enseñara a orar; "Fundaciones" es la aventura de crear nuevos espacios, sus Carmelos; "Castillo interior o Moradas" es su propia experiencia mística; amén de otros escritos breves y un sinfín de cartas que nos ha dejado, aunque una mínima parte de las que se calcula que escribió. Según fray Luis de León, se ha quedado entre nosotros en dos retratos vivos: en el de sus escritos y en el de sus hijas.

Esta Teresa cristiana, la que ha recorrido el camino de fe con grandes dificultades, tiene mucho que enseñarnos, ya que a todos, antes o después, la cruz se nos hace más pesada en unos momentos que en otros. No bastó con ser monja y entrar en un convento para dejar que Cristo fuera el protagonista de su vida y no viviera a medio gas. Le costó, y mucho, llegar a decir que "solo Dios basta". Una expresión muy manida que nosotros decimos, cantamos o rezamos con pasmosa facilidad, más teórica que práctica.

Teresa de Jesús es una maestra indiscutible, una doctora de la Iglesia, que sigue ejerciendo su magisterio hoy, entre nosotros. Nos dice que su vida está entrañada en la actuación de Dios, en la infinita capacidad que tiene de perdonarnos, de ser misericordioso con sus hijos y de rehacernos interiormente, si le dejamos. Que para ello no hay arma más poderosa que la oración. Pero no como algo mecánico o dominado por "la loca de la casa" (la imaginación); sino como "un trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos nos ama". Eso es exactamente para ella la oración y es lo que tendría que ser también para nosotros, los creyentes; no como una bonita definición, sino como algo llevado a la experiencia de cada día; hasta tal punto que llegue a convertirse, como el comer o el respirar, en una necesidad imperiosa que, casi sin darnos cuenta, nos va transformando poco a poco la vida.