Cuando algo es muy complicado y enrevesado se dice que es como un sudoku en referencia al juego matemático japonés que se popularizó en el ámbito internacional en 2005 cuando numerosos periódicos empezaron a publicarlo en su sección de pasatiempos. Bueno, pues podríamos decir que el asunto catalán es nuestro sudoku nacional en estos momentos por las dos condiciones que identifiqué al principio: problema complicado y enrevesado. La situación está en un punto en que para el gobierno catalán y la mayoría de los partidos de esa comunidad solo vale la independencia y para el Estado solo vale el cumplimiento de la legalidad plasmada en la Constitución Española que también en su día votaron los catalanes.

La historia del proceso catalán ha pasado por varias etapas, como muy bien explica el historiador Santos Juliá en un reciente artículo aparecido en El País y que trato de resumirles. Todo empezó en 1916 cuando Francesc Cambó proclamó, para celebrar el triunfo de la Lliga Regionalista, que "Cataluña sabe lo que es la nacionalidad, tiene conciencia de ello y quiere el derecho a regir su vida". Lo que entonces se reclamaba era que en España existieran regiones con rango de nacionalidad entre ellas Cataluña por su lengua, derecho civil genuino, cultura diferencial y una historia que se remonta a la Edad Media. Entonces tanto Plat de la Riba como Cambó defendían una amplia autonomía sostenida en el hecho diferencial de Cataluña. También apoyaban el sentido descentralizador del Estado del cual se podrían beneficiar otros territorios del país. Ya se vislumbraba que Autonomía de Cataluña y reforma constitucional eran una misma cosa. El propio Cambó pensó que aquellos objetivos estaban al alcance de la mano hasta que fueron truncados por Antonio Maura, alarmado por las peticiones de la Mancomunidad catalana en 1917 donde se pedía tener un Parlamento propio con dos Cámaras, un Gobierno, y un tribunal mixto. Así acabó aquella primera aventura.

El siguiente capítulo de este sudoku ocurre durante la proclamación de la República de 1931 al crearse la coalición republicana-socialista y Esquerra Republicana recientemente constituida en Cataluña que, con su triunfo en las elecciones municipales, llevó a Lluis Companys a proclamar desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona la República Catalana como estado integrado en la Federación Ibérica. La Constitución de la República acabó reconociendo lo que habían pedido todos los catalanistas ya fuesen monárquicos o republicanos desde hace 50 años y se aprobó el Estatut en septiembre de 1932. A partir de aquí empezaron las desavenencias ya que el Estatut fue suspendido en 1934 y el señor Companys acabó encarcelado después de proclamar de nuevo el Estat Catalá de la república Federal Espanyola. Este fue el primer ensayo autonomista realizado en Cataluña. El Estatut fue restablecido tras las elecciones de 1936 pero, en lo referente a lo relacionado al orden público, fue suspendido por el propio Gobierno de la República tras el inicio de la guerra civil en 1937.

A partir de 1962, de nuevo todo se empieza a calentar, desde la clandestinidad, abriéndose el consabido debate entre los conceptos de "pueblo, región o nacionalidad". Todo estaba ya muy manoseado cuando en 1977 se inicia el debate constitucional y las tres expresiones acaban entrando en la Constitución sin ningún problema pero en distintos niveles: los pueblos de España aparecen en el preámbulo, el pueblo español aparece en el artículo 1 y las nacionalidades y regiones, juntas, en el artículo 2. Lo que sí levantó problemas fue el termino nacionalidad por la gran incertidumbre que creaba sobre el futuro del Estado. Todo quedó solucionado con la expresión de la "indisoluble unidad de la nación española, patria común de los españoles" poniendo a su vera las nacionalidades y regiones ¿Era ya el final del sudoku? Pues no, desgraciadamente.

Ahora nos encontramos con el órdago más fuerte lanzado desde Cataluña después de tres décadas. Se quiere cerrar el pleito de nacionalidad y se pretende abrir el de nación. Todo lo logrado hasta ahora no vale aunque fuese votado por el propio pueblo catalán. Todo ha sido espoleado, con multitud de equívocas metáforas y deformaciones históricas, con las reformas estatutarias que abrieron el melón a las nacionalidades y no solo en Cataluña. Después vino la sentencia de un Tribunal Constitucional debilitado y desprestigiado. Desde entonces ha primado la política del espectáculo en la calle, con gran apoyo popular, vía las Diadas y el fortalecimiento de los grupos civiles. Cataluña ya no mira a una reestructuración del Estado Español sino a la fragmentación en naciones soberanas cada cual con su Estado unitario. La primera convocatoria del 9-N, que se le dotó de un marco jurídico autonomista fuerte, ha quedado legalmente descafeinada con la suspensión previa del Tribunal Constitucional. A pesar de ello, buscando argucias políticas que dejan en entredicho a quien las hace, se sigue adelante en un simulacro que se parece más a otra Diada pero con urnas y papeletas. Casi seguro que esta acción, también recurrida por el Gobierno, será suspendida previamente por el Constitucional pero el espectáculo seguirá adelante. Ya no se puede parar. Aunque todo se ha convertido en espectáculo, seguro que alguien le sacará provecho en función del nivel de movilización popular.

¿Qué ocurrirá el día después al 9-N? Nadie lo sabe. El señor Mas no tiene ya vuelta atrás, o consigue lo que quiere, por los métodos que sean, o se inmolará públicamente por la nación catalana. Aspirará a ser un héroe o mártir en el futuro histórico de su comunidad como le pasó a Companys. El señor Rajoy tampoco lo tiene fácil. Ha demostrado, otra vez más, estar muy lejos de ser un hombre de Estado. Todo el mundo piensa que además de defender la legalidad se podrían haber hecho muchas cosas, claro está que en los momentos oportunos no cuando ya se han quemado todas las holguras políticas. No es posible que un líder de visión tan corta pueda proponer nada especial después del 9-N que permita recomponer con tiempo las relaciones con Cataluña como tampoco el señor Mas podrá valer de interlocutor para futuras soluciones. Me temo que el sudoku nos durará todavía un tiempo pero esto no es un simple juego japonés ya que nos jugamos mucho todos los españoles.