María Egidia Matellán ha cumplido sus cien años de vida días pasados, un siglo en el que es muy fácil seguir ese inmenso caudal de cambios, con auténticos acelerones que han conmocionado y a veces roto ese tranquilo y dulce vivir diario con el que siempre soñamos los mortales.

Pero es que en el siglo vivido por Egidia, a la que felicitamos cordialmente con todo respeto y cariño, constituye todo un hito por esa serie de circunstancias vividas en ese día a día en el que nunca sabes con qué te vas a encontrar, desde la esperanza de la amanecida hasta la llegada de esos atardeceres cargados de bellezas y sombras que esconden esos misterios de la noche cuyas incógnitas pocas veces podemos ni siquiera prever.

Familia, pueblo, escuela, ambientes variados, no siempre propicios. Por esa serie de interrupciones sociales ajenas a uno mismo pero que hay que superar y vencer para seguir tirando con energía y una tenacidad insobornable, plenamente demostrable en esta vida que corona un siglo. Cuántas dudas, secretos y silencios guardará Egidia a lo largo de ese calendario vivido con tanta fe y entrega como ha demostrado y hoy celebramos con ese recuerdo afectuoso a todos los suyos, a la vez que deseamos esa paz y esa tranquilidad que proporciona siempre la alegría de estar. La belleza y el encanto de ese cada día siempre esperado con sus luces y sus sombras, pero manteniendo la magia y el cariño y atractivo de los suyos. Disfrutando de esa felicidad que constituye la vital del cada día que todos buscamos y deseamos a veces sin conseguirlo, pero lo intentamos como tantas y tantas veces lo habrá hecho Egidia y aquí está, con esas páginas vividas llenas de alegría y dudas, pero firme en su fe y en su tenacidad por y para la vida, como nos ha demostrado durante estos cien años.