Eso sucedió hace mil tres años, ¿me entiendes?", subraya Pedro Salvador Acebes cuando alguien alude a un acontecimiento medianamente remoto. Ha recorrido media España como camarero y dueño de restaurantes, bares y cafeterías: en Madrid, Asturias, Las Palmas, Barcelona y Tarragona. Ha tenido una intensa y azarosa vida, salpicada de varias mujeres. Apalancado ya en los setenta y tantos años, ahora vive una temporada en Málaga y otra en Pajares de la Lampreana, su pueblo natal. Suele comentar sin pesadumbre: "Cada etapa de la vida tiene sus momentos de jolgorio y de reposo, porque los años, ¿me entiendes?, van poniendo cada cosa en su sitio".

Pedro tiene actualmente las bisagras algo herrumbrosas, pero sus ojos aún mantienen destellos de picardía donjuanesca. Su padre Ciro fue cartero y quesero en Pajares; se fue con él, su madre Piedad y sus siete hermanos a Asturias, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, cuando él era quinceañero. Empezó a trabajar en una sidrería-marisquería de Avilés. Después de cumplir el servicio militar, estuvo como camarero en Palma de Mallorca y en Barcelona. En Gijón llevó la dirección de la hostelería en el Centro Asturiano de La Habana, un edificio donde tenía un piso alquilado una hermana de Severo Ochoa, en la que este solía pasar algunas temporadas cuando visitaba Asturias.

Fue posteriormente propietario de varios restaurantes y cafeterías en Madrid y en Tarragona. Uno de los restaurantes madrileños se llamaba "Xa chegou", estaba especializado en cocina gallega y se encontraba en la plaza de la Provincia, a escasos metros del Ministerio de Asuntos Exteriores. Abrió y regentó durante 17 años el restaurante-marisquería madrileño "Don Percebe", ubicado cerca de la agencia EFE y de los primeros estudios de Telemadrid. Me asegura que cerca de "Don Percebe" vivía la cantante Mari Trini y que más de una vez tuvieron que ayudarla a subir a casa, porque no podía dar dos pasos de pie; en alguna ocasión iba tarareando entre las brumas del alcohol "Yo no soy esa". Lo dice sin aspavientos, como cuando me asegura que Mari Trini era lesbiana, rematando la información con la muletilla "¿me entiendes?".

Pedro conoció y trató a varios toreros, cantantes y periodistas como Julio Aparicio padre, Antonio Molina, Carlos Dávila, Vicente Zabala, Matías Prats y David Cubedo. Trabó buena amistad con el cineasta Manuel Summers. En la madrileña calle Marqués de Riscal tuvo una cafetería-restaurante que por el día amenizaba el pianista Campoleón y por la noche servía de escenario para la canción-protesta y música sudamericana.

Por muy pocas manos ha pasado tanto marisco de calidad como por las suyas: las almejas de Carril, los langostinos y las cigalas de Vinaroz, los percebes de Roncudo de Corme y las angulas de Arinaga, del Bajo Nalón y del estuario del Ebro. Me asegura con pesar: "Las angulas ahora, ¿me entiendes?, las han acaparado los japoneses y a nosotros nos han dejado esos insulsos gusanos de las gulas". Uno de sus platos favoritos son las almejas al natural, pero remata: "Siempre que sean de Carril. En España tenemos unas carnes, unos pescados y un marisco de primera calidad; el secreto está en saber prepararlos y cocinarlos". Conoce todos los secretos de los fogones: lo mismo cocina una liebre con judiones, patatas o arroz, que un marmitaco de bonito o bonito a la riojana. Sabe dar a las salsas un toque exquisito y posee un buen paladar para los vinos.

Pedro se casó con la cantaora Ana "La Caracola", a la que conoció en Madrid, cuando empezó a cantar con Pepe Mairena. "La Caracola" participó después en la llamada "Noche flamenca", un espectáculo que recorría varias provincias españolas y en el que actuaban, entre otros, Juanito Valderrama, la Niña de Antequera y Enrique Montoya. Pedro y "La Caracola" tuvieron tres hijos; hubo algunas desavenencias y se separaron. No se volvió a casar, pero convivió con varias mujeres; "con contrato a plazo fijo, ¿me entiendes?", dice con convicción.

Pedro nos deleita en las corroblas o meriendas con anécdotas de personajes del cine, de la farándula y del espectáculo. Posee una memoria prodigiosa. Si una bomba arrasara el Madrid viejo, no habría que recurrir a los planos ni a las fotografías para reconstruirlo. Pedro lo tiene milimétricamente esbozado en su cabeza, como James Joyce el Dublín de principios del siglo XX en su novela "Ulises".