No sé si fue una declaración de amor, una petición de socorro o ambas cosas a la vez. Se estaba poniendo el sol y una chiquillería bulliciosa hacía piruetas en los columpios y se desgañitaba en el parque. A pocos metros, un hombre viudo de 85 años decía a una mujer también viuda y algo más joven que él: "Mejor que pasar los últimos años de vida en una residencia de ancianos, sería llegar a un acuerdo con una mujer y, poniendo de su parte un poquito uno y otro poquito otro, convivir en buena armonía. Es muy triste estar solo. Yo voy ahora a casa, me siento a la mesa y me entra una angustia terrible".

Este hombre que tiene pánico a acabar en una residencia de ancianos, a pesar de tener varios hijos, va al bar después de comer, se toma un café y, si se tercia, juega una partida al tute. Vuelve a casa dos o tres horas después a rumiar su soledad y a soñar, quizá, con esa mujer con la que podría compartir, poniendo un poquito de su parte, el último tramo de su existencia.

Conozco a varias personas algo mayores que él acogidas en una residencia. Sus hijos van a verlas de cuando en cuando. Este fenómeno en los pueblos no es nuevo, pero sí bastante reciente. Antes, cuando los padres repartían las tierras a los hijos, estos les pasaban una renta, los atendía la hija menor y en compensación se quedaba con la casa. Esta hija y su marido los cuidaban, pero los padres se pagaban la manutención con sus ahorros y el dinero de la renta. Era una costumbre ancestral, que se resumía con la expresión "atendido, pero la manutención por su cuenta".

Ahora, sobre todo si enviuda uno de los padres, hay dos alternativas: o la residencia o la atención rotativa de los hijos, cuando son varios; en este último caso, el anciano entrega parte o toda su pensión a los hijos que los atienden. Esta situación se suele sobrellevar con bastante pesadumbre. Le oí decir en una ocasión a un tío mío que estaba pasando un mes con uno de sus hijos: "Al buey viejo no hay que cambiarle de pesebre". Fue una queja muy sentida, porque a mi tío lo traían y llevaban periódicamente de provincia en provincia. Por suerte para él, una hija decidió atenderlo para evitar este pesado trasiego de "pesebre en pesebre".

En esta época de crisis hay ancianos a quienes sacan los hijos de la residencia para atenderlos y, a cambio, percibir toda o buena parte de su pensión. No es este el caso de los abuelos todavía jóvenes que están colaborando al cuidado de los nietos, porque trabajan sus padres. Es muy común ver a abuelos en la puerta de guarderías y colegios para recoger a los nietos y llevarlos a comer a su casa, sobre todo en las ciudades. Los abuelos no solo prestan un apoyo familiar, sino también un servicio social y, en muchos casos, una ayuda imprescindible para sobrevivir.

El anciano viudo que compartía su soledad con otra mujer también viuda, ante el temor a tener que ir a corto plazo a una residencia, estaba manifestando algo que suele obviarse en estas tesituras: la necesidad de la compañía y del cariño compartido. Habrá casos, cuando el anciano tiene una salud muy precaria y necesita cuidados especiales, en que la residencia es la alternativa más indicada. Pero no habrá que perder de vista que un anciano es una persona necesitada sobre todo de cariño. Por lo general, no aspira ya a más en la etapa final de su vida. Conocí a una persona que estaba a punto de morir; su mujer le preguntó solícita: "¿Quieres algo?" Él le respondió con un hilo de voz: "Solo quiero que me quieras". Fueron sus últimas palabras.