Ahora, en estos días extremosos por calurosos del verano, desde Santiago a San Lorenzo, cuando las chicharras crepitan achicharradas al sol canicular, me refugio con mis nietos en los Jardines de la Mota, al sol y sombra de la rala vegetación de sus exóticos y centenarios árboles, entre el quejido de las tórtolas y el vegetar sosegado de los ancianos que, como yo, sobrevivimos al momento. Sin embargo, disfrutar del recinto es algo más que un pasar porque el bosquecillo se llena de los comentarios y opiniones compartidas y discutidas de los mayores.

Buscando una sombrita tomo asiento en un banco donde sestea una señora, que sospecho de mi edad, e inmediatamente entablamos conversación; tal vez influenciada por el tórrido día que tenemos, centra el tema de la conversación en su gran preocupación, la cremación de cadáveres humanos, algo que la asusta y preocupa. Se han disparado las cremaciones; y para ella es una novedad que la aleja del sentimiento cristiano que profesa. Intento convencerla de que eso son falsos temores, que la cremación es la práctica de muchos pueblos muy antiguos; que, en nuestra cultura, se entiende que el poder de Dios supera lo concebible por el hombre y, al respecto, dice Isaías, (26): "Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo,... y la tierra de las sombras parirá". Yo entiendo que lo importante es nuestro comportamiento y estimo que, como dice san Juan de la Cruz: "Al atardecer de la vida/ me examinarán el amor".

No parece muy convencida, sin embargo sigo hablando del tema y exponiendo que existe una actualización del rito de exequias que admite la cremación como una realidad con la condición del respeto al hombre vivo o muerto, porque como expresa san Pablo, "en la vida y en muerte somos del Señor".

No me cabe duda que las modas que no se acomodan a las costumbres desde una adaptación lenta y asimilable, lamentablemente es, para muchas personas, desasosiego, conflicto y pesar.

Dice el nuevo rito de las exequias, resumido en lo que afecta a la incineración, que: La Iglesia, "no se opone a la cremación de los cuerpos cuando no se hace 'in odium fidei"".

De especial importancia es la afirmación de que "la cremación se considera concluida cuando se deposita la urna en el cementerio". Y ello porque, aunque algunas legislaciones permiten esparcir las cenizas en la naturaleza o conservarlas en lugares diversos del cementerio, "estas prácticas producen no pocas perplejidades sobre su plena coherencia con la fe cristiana, sobre todo cuando remiten a concepciones panteístas o naturalistas".

El nuevo "Rito de las exequias" quiere ser un instrumento para profundizar en la búsqueda del sentido de la muerte.

El obispo Alceste Catella señaló que "este libro atestigua la fe de los creyentes y el valor del respeto y de la "pietas" hacia los difuntos y la consideración por el cuerpo humano incluso cuando ya no tiene vida. Testimonia la fuerte exigencia de cultivar la memoria, de tener un lugar cierto en el que deponer el cadáver o las cenizas, en la certeza profunda de que esto es auténtica fe y humanismo auténtico".