Crisis política. El sistema de partidos heredado de la transición política española se debilita. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) certifica que más del 25% de los españoles consideran un grave problema para España a los políticos en general, a los partidos políticos y a la política. Apenas hay 160.000 políticos en nuestro país (dato bien certificado por el politólogo Ferrán Martínez i Coma). Pero son percibidos como un grave problema por los numerosos casos de corrupción detectados y por el descrédito generalizado que se han granjeado.

Crisis territorial. Cataluña persigue separarse del Estado español. Y Euskadi sigue sin sentirse cómoda dentro de él. Madrid, por su parte, exige un nuevo modelo de reparto fiscal.

Crisis económica. Casi 900.000 jóvenes no encuentran empleo en nuestro país (el 16% de todos los de la Unión Europea). Más de cinco millones de personas lo buscan (con pocas expectativas). Miles de españoles emigran. La población en riesgo de pobreza sigue por encima del 20%. Los salarios siguen reduciéndose, los despidos aumentando y la pérdida de poder adquisitivo es constante en España desde 2008. Y según datos de la Sección de Estadística del Consejo General del Poder Judicial en 2013 hubo una media de 184 desahucios diarios. La recuperación (percibida y experimentada) no parece cercana.

Crisis institucional. El jefe de Estado, el rey Juan Carlos I, abdicó el pasado 2 de junio. El líder del principal partido de la oposición dimite y se abre una guerra intestina por la sucesión. El presidente del Gobierno envía mensajes de ánimo y apoyo a un presunto delincuente (encerrado en la cárcel) que ha sido el tesorero, durante más de dos décadas, del partido político español más votado. En Andalucía la jueza Alaya amplía el alcance de los ERE fraudulentos. Aumenta la desconfianza hacia las instituciones europeas y menos de la mitad del censo electoral acude a las urnas en el día de las elecciones al Parlamento Europeo. Dimite el magistrado del Tribunal Constitucional Enrique López, por cuadriplicar la tasa de alcoholemia, conducir una moto sin casco y saltarse un semáforo rojo del centro de Madrid. Se abre en España el debate sobre monarquía o república, sobre el modelo federal, sobre la ley sálica, sobre la pervivencia de las diputaciones, sobre las competencias de las comunidades autónomas... Las costuras de la Constitución española de 1978 se tensan demasiado. Y una reforma de la misma parece ya tan inevitable como necesaria.

¿Cómo sortear esta cuádruple crisis sin que el escenario implosione? Con una palabra mágica: confianza.

De acuerdo a la clásica obra de Niklas Luhmann (publicada en 1968), la confianza es el cemento social que nos une. La confianza son las expectativas que todos depositamos en nuestra familia, en nuestros amigos, en las instituciones de nuestro país, en los profesores, en los médicos, en los periodistas, en los funcionarios, en los pilotos de los aviones en los que nos subimos.

La confianza en aquellos que nos rodean es la que nos permite sobrevivir sin sobresaltos, al reducir la ansiedad y el estrés que generan entornos de alta incertidumbre y de imprevisibilidad (propios de sociedades complejas). La confianza es, en definitiva, la tranquilidad que nos da el saber que cuando apretamos el interruptor, se enciende la luz.

Hoy casi todos los ciudadanos nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor a través de la radio, de la prensa, de la televisión o a través de Internet. Por eso, todos nos movemos en un espacio tan mediado como mediatizado, en el que los medios de comunicación son la correa de transmisión entre lo que hacen y deciden los poderes públicos (y privados) y lo que nos sucede.

Y lo que nos comunican esos medios es un hecho: la política y el sector público, entendidos y ejercidos como se hizo hasta el siglo XX, parecen no ser ya ni eficientes ni eficaces para solucionar nuestros problemas más acuciantes.

¿Qué sucede, entonces, cuando los ciudadanos no percibimos o no experimentamos una buena provisión de bienes y servicios públicos por parte del Estado, ni una gestión eficaz y eficiente por parte de sus administraciones públicas? En esencia, ocurre lo mismo que le sucedería a cualquier organización (o persona) que no cumpla con las expectativas generadas por ella: pierde confianza, pierde fiabilidad, pierde prestigio, pierde reputación.

Pues bien, eso es, exactamente, lo que ha pasado con nuestro espacio público, o, más bien, con nuestros poderes públicos: han perdido confianza, han perdido fiabilidad, han perdido prestigio, han perdido reputación.

En este contexto la confianza en las instituciones emerge como la intangible clave para renovar su legitimidad de ejercicio (como proveedoras de libertades y de seguridades -físicas, jurídicas, económicas, ecológicas, sanitarias, energéticas, psicológicas, etc.).

¿Y cómo se recupera la confianza perdida? De una manera muy sencilla, y muy compleja a la vez: demostrando coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; generando expectativas que puedan ser cumplidas; ajustando el "storytelling" al "storydoing".

Puesto que la pérdida de confianza en las organizaciones públicas (las garantes de corregir las externalidades negativas de los mercados y de proporcionar, en economías mixtas de mercado, servicios públicos universales y de calidad tan esenciales como, por ejemplo, la sanidad, la educación o las infraestructuras) está relacionada con la falta de integridad de quienes la conforman y la lideran, solo ciertos grados de ejemplaridad pública (sin buscar ni héroes ni superhombres en ningún sitio, como bien señala el filósofo Javier Gomá) solucionarán esta situación.

Conductas individuales con positivo impacto colectivo. Mentalidades. Valores. Eso es lo que define, al fin y al cabo, la propia calidad de las democracias.

Tal y como explicaba recientemente en estas mismas páginas el politólogo Manuel Mostaza, sin confianza en nuestras instituciones, sin confianza en nuestros conciudadanos, no habrá capital social. Y sin capital social no vendrá ninguno de los otros capitales que tanto nos hacen falta. Cuatro crisis y una sola palabra para solucionarlas: confianza, ese cemento que nos une. Confianza en que cuando apretemos el interruptor, se encenderá la luz.

(*) Miembro del Consejo Directivo de la Asociación de Comunicación Política (ACOP)