El plátano, y no porque lo cante Baloo en el conocido anuncio de televisión, «es sensacional, no hay ninguna otra fruta igual». Y a mí, como a Mowgli, a Baloo y a tantos millones de personas, me gusta una bestialidad. Además, esta fruta tropical, posee una excelente combinación de energía, minerales y vitaminas que la convierten en un alimento indispensable en cualquier dieta, incluida la de adelgazamiento. Es una de las frutas más nutritivas, beneficiosa contra las úlceras de estómago y contra el colesterol y la ideal para personas que desempeñan actividades físicas, porque previene calambres si se toma antes del ejercicio físico.

El plátano es una de las frutas más consumidas en el mundo entero y una de las más sanas. Rica en vitamina C y B6, potasio y ácido fólico. No solo puede tomarse como postre, también dota de sabor a infinidad de platos. Del plátano podíamos estar hablando maravillas durante un buen número de folios. Sin embargo nada nuevo vamos a descubrir sobre esa «fruta extraordinaria», como la definían árabes y griegos. Basta saber que es una de las frutas más consumidas en el mundo entero. Y número uno para los líderes del atletismo mundial.

Y todo este panegírico a favor del plátano, a causa del mal uso que unos cuantos, sobre todo en los campos de fútbol, hacen de esta fruta que también se emplea contra la anemia, los infartos, la depresión, el estreñimiento o la presión arterial. No es la primera vez que un espectador, sobre todo cuando su equipo del alma va perdiendo, arroja un plátano al terreno de juego, destinado al futbolista negro o mulato del equipo contrario, con evidente ánimo de insultar, de agredir con el gesto, hablando en plata, de llamar «mono», y no precisamente por guapo sino por simio al destinatario del mismo.

En el partido disputado entre Villarreal y Barcelona, un seguidor del submarino amarillo, arrojó un plátano a Dani Alves, jugador del Barça, en una clara muestra de racismo. Con total y absoluta parsimonia, con una flema envidiable, el jugador brasileño se tomó con ironía el incidente racista, recogió el plátano del césped, le dio un buen mordisco y puso el balón en juego. La reacción del jugador, que me encantó, ha provocado desde aquel domingo una campaña contra el racismo a la que se han adherido políticos, deportistas y personalidades de todo el mundo.

A ver si de todo lo ocurrido se saca una buena lección y se empieza desde abajo, desde las bases, como han hecho los chavalitos y chavalitas de la Escuela Municipal de Baloncesto de Zamora. Todos ellos y sus monitores fueron una sola voz para gritar con educación un «no al racismo», reivindicando además una fruta excepcional, muy necesaria en la dieta de todo deportista que se precie. Mi amigo Paco Rodríguez, que es un hombre tremendamente solidario, se unió de alguna manera a la iniciativa, donando los 90 plátanos de fruterías El Cid que constituyeron el plato fuerte de una merienda que fue en sí misma una lección, una forma muy nutritiva de educar en valores: el valor de la igualdad con independencia, en este caso, de la raza.

En todos los colegios de Zamora, debería llevarse a cabo una experiencia igual o parecida. Hay que aprender ciertas cosas de vital importancia en la educación desde la más tierna infancia. Lo que bien se aprende tarde se olvida, suele decirse. Y así es. No solo los deportistas de élite estaban obligados a representar el rechazo a ese gesto bastante extendido, también los niños, dentro y fuera del deporte. En esta ocasión, Zamora ha estado a la altura, gracias a los chavalitos de distintos colegios que componen tan numerosa escuela. Y porque, además, el plátano ¡es sensacional!