Los ejemplos de Justicia, así con mayúsculas, nos los han proporcionado los jurados de los premios Castilla y León. Reconozco que el viernes me llevé una gran alegría al saber que el galardón de las Letras había recaído, ¡¡¡por fin!!!, en el poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor. Hacía años que tenía que haberlo recibido, pero, inexplicablemente, pasaban ediciones y ediciones y su nombre no aparecía entre los ganadores. Ahora, en 2014, se ha hecho Justicia, Justicia poética. Reconozco también que, aparte de ser un admirador de su obra, Tundidor me cae bien. Es un tipo con una humanidad desbordante, que transmite lo que él define como claves de su poesía: emoción y vida. Lo conocí personalmente en 1990 cuando acudí a su domicilio de Madrid para hacerle una entrevista que se publicó en «La Opinión-El Correo de Zamora». Fueron tres horas de charla deliciosa sobre libros, poesía, Zamora, política, inquietudes, vivencias? Me contó algunas anécdotas curiosas. Por ejemplo, que en realidad se llama Jesús Hilario Hilario Tundidor, dos «Hilarios seguidos, uno nombre y otro apellido (quizás por ello me gusta escribir frases como los "lentos años lentos" o "la negra noche negra", bromeó». Y recordaba, con nostalgia y humor, cómo le comunicaron que había ganado en 1962 el Premio Adonais de poesía, el más prestigioso de España, por su libro «Junto a mi silencio». Por entonces, era el maestro de Olmillos de Castro y hasta allí llegó un telegrama, con sorpresa del cartero incluida, para comunicarle la buena nueva. Me regaló un ejemplar de «Construcción de la rosa», que acababa de publicarse, y me escribió una cariñosa dedicatoria en la que, por primera vez, vi mi apellido en forma de triángulo equilátero con un ojo dentro y varias pestañas poderosas fuera, es decir el Dios que describe la Biblia. Tras dármelo, me llevó a la página 68, donde figura el soneto, dedicado a Zamora, titulado «La tierra que más amo». Comienza así: «Esta tierra inmortal, tierra del vino/ tierra del pan, tierra de campos sola/ otero arriba el mar, la mar, la ola/ del cielo azul inmenso sobre el pino». Quizás llevado por la inercia, leí enseguida el poema siguiente, «País del águila»", que arranca con lo que puede ser el resumen de la poética de Tundidor: «Fácil en la meseta castellana/ es el cielo franco/ el espacio sin puertas, extendido, país puro del águila? Pero/ hondamente aquí/ oxígeno mortal llevan sus aires/ y un moho la libertad que quema el ámbito/ de su llanura, ¡tanta contraria ley/ marchitó a quien la puebla!». Después de ese vinieron muchos más hasta rozar la treintena. Y en todos, emoción, vida, luz, espacio, viento? Felicidades a Jesús Hilario Hilario Tundidor, que es como felicitar a esta tierra.

La segunda alegría madrugó un día antes: el salmantino Marcos Ana, premio Castilla y León de Valores Humanos, compartido con el abulense Francisco Laína, exdirector de la Seguridad del Estado y presidente de aquel Gobierno provisional de subsecretarios que nombró el rey cuando el 23F Tejero tenía secuestrado a todo el Gobierno. Creo que ambos se lo merecían por separado. Tal vez el jurado, movido por la emoción y el clima creado por la muerte de Suárez, haya querido hacer otro homenaje a la concordia. Marcos Ana, vinculado siempre al PCE; Laína, conservador. Los dos prestos y dispuestos a acabar con el mito de las dos Españas. A sus 94 años y tras pasarse 23 en las cárceles franquistas, Marcos Ana suele repetir una frase que figura en uno de sus libros: «La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes los nobles ideales de libertad y justicia social, por los que hemos luchado y por los que millares de demócratas españoles perdieron la libertad y la vida». La frase es el compendio vital de un hombre, hijo de jornaleros analfabetos, que encontró en la lectura y la escritura refugio y consuelo ante la dura vida y la amenaza de muerte en las prisiones de Porlier, Ocaña y Burgos, antes de exiliarse en París y trabar contacto y hasta amistad con gentes como Picasso, Sartre, Neruda, Yves Montand. Otro premio que ha tardado en llegar, pero que, ¡¡¡otro por fin!!!, está aquí.

Y el ejemplo de soberbia. No hace falta extenderse mucho. Simplemente recordar lo ocurrido el jueves en la Gran Vía madrileña. La sabiduría popular lo dice desde hace siglos: «Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros». Tal parece ser la filosofía de Esperanza Aguirre, la lideresa que se va a su casa a todo trapo, que no hace caso a las reclamaciones de los agentes y que, al llegar a su domicilio, manda a los dos guardias civiles de su escolta a negociar con los de Movilidad un parte amistoso. ¿Qué nos habría ocurrido a cualquiera de nosotros si hacemos algo semejante?, ¿qué habría sucedido en otro país? Pues nada, todavía hay que escuchar a la señora marquesa acusar a los policías de machismo y prepotencia y de ser unos mentirosos y unos cazapresas. Ella, claro, pertenece a una casta especial, a esa, tan ranciamente española, que solo responde ante Dios y la Historia; las leyes, para los parias. Mientras tanto, los demás pagamos a quienes la multan y a quienes la escoltan.