Los promotores de la consulta catalana deberían eludir la cuestión de Crimea, pues, con excepción de Moscú, todo el mundo parece estar de acuerdo en que la autodeterminación de la península ucraniana y su integración en la Federación Rusa constituye una violación del Derecho internacional. A Rajoy la escisión de Crimea le ha llovido del cielo, porque la UE en pleno se ha conjurado para demonizarla. La Generalitat responde que el Gobierno «hace el ridículo» comparando la situación de Cataluña con la del territorio que se disputan Kiev y Moscú, pero es innegable que lo ocurrido en este punto del este de Europa ha exacerbado aún más los ánimos de los rectores del proceso soberanista; prueba de ello es que Mas ya no descarta de plano una declaración unilateral de independencia. Y es aquí donde uno se pregunta si el presidente catalán no habrá perdido definitivamente los papeles. O si su abducción por ERC no habrá trocado su condición de rehén por la de simple títere o pelele.

En contra de la consulta por las bravas que defiende Esquerra, Mas siempre ha hablado de consulta «legal o tolerada», es decir: a) con préstamo de la competencia gubernamental para convocar y celebrar referendos, o b) amparada en la ley catalana de consultas populares. Si ninguna de estas dos opciones fuera viable, dijo que daría a las próximas elecciones autonómicas un carácter plebiscitario. Hasta ahora parecía que su intención era agotar la legislatura, que concluye en 2016, para intentar recuperar parte del terreno perdido por CiU en favor de ERC, partidos a los que los sondeos otorgan el mismo número de escaños, aunque, eso sí, con mayor intención de voto para los de Junqueras. Sin embargo, a medida que el tiempo pasa y que Rajoy no da la menor vislumbre de ceder, la impaciencia de Mas crece a ojos vistas.

En este contexto, agitar el espantajo de una declaración unilateral de independencia puede ser tanto un síntoma de nerviosismo como el apunte de una nueva estrategia política, aunque, si se trata de esto último, parece más bien una torpeza, porque la UE está que muerde por el pedazo de tierra que Rusia le ha levantado en la recién conquistada Ucrania, y además significaría blandir la última amenaza posible para forzar a Rajoy a negociar un estatus diferenciado para Cataluña. Pero quizá Mas no tenga ya otra alternativa, y el tiempo que pensaba ganar agotando la legislatura empiece a ser visto por CiU como tiempo de desgaste, no de beneficio. No hay que olvidar que el mandatario catalán toma sus decisiones empujado por un partido aliado que formalmente sigue en la oposición, y que obtiene una victoria tanto si acierta como si yerra, y una asociación, la Asamblea Nacional Catalana (ANC), que ayer mismo propuso la fecha del 23 de abril de 2015, festividad de san Jordi, como «un horizonte plausible e incluso deseable» para proclamar la independencia.

Tanto si la consulta del próximo 9 de noviembre puede celebrarse como si, ante la imposibilidad de convocarla, Mas llama a los catalanes a las urnas anticipadamente, la ANC quiere que una «asamblea de cargos electos» haga visible el funcionamiento «plenamente independiente» de Cataluña; que asuma el control de las grandes infraestructuras, pasando por encima, por ejemplo, de la Guardia Civil, y también el de las fronteras, la seguridad pública y las comunicaciones. Y que, desde la Diada del próximo 11 de septiembre hasta el 9 de noviembre, la movilización a favor de la independencia sea «permanente».

La presidenta del PPC, Alicia Sánchez-Camacho, preguntó ayer a Mas en el Parlament si comulga con este calendario. El presidente de la Generalitat eludió la cuestión, pero eso no quiere decir nada, porque en 2012 también era reticente a dar su apoyo a la Diada que organizó la ANC y, tras su éxito, convocó unas elecciones anticipadas en las que CiU perdió doce escaños. Ahora se le propone que autorice un Maidán barcelonés, pero con ambiciones de Crimea. Como si, comparando situaciones, solo hiciera el ridículo el Gobierno.