Los soberanistas catalanes, con Mas a la cabeza, siguen intoxicando al pueblo catalán a fuerza de mentirle descaradamente. Una infamia, de las muchas que acuñan los representantes de la política independentista catalana, es decir que España se alimenta y vive gracias a Cataluña. Esta comunidad se ha empobrecido de forma alarmante en los últimos años. En ello tienen mucho que ver la crisis y la mala gestión de los distintos Gobiernos de la Generalitat. Eso es impepinable.

Lo que de este lado de la linde no sabemos es que el proceso soberanista catalán sirve para todo, es como un jarabe, un parche o un ungüento mágico que se puede aplicar para un dolor, para un estado de ansiedad o para un proceso gripal. La penúltima de Artur Mas es vincular su plan independentista con la lucha contra el incremento de la pobreza y de las desigualdades que, en Cataluña, es vergonzoso y flagrante por mucho que eso se hurte a la población, más preocupada por convertirse en nación y ver la «estelada» formando parte de la galería de banderas de la UE, que por la realidad dura y difícil que atraviesan.

Según Mas, secundado por los de siempre: PSC, ICV y la CUP, su proyecto es la solución a prácticamente todos los problemas que aquejan a Cataluña, pobreza incluida. Lo que Mas no cuenta en el Parlament y mucho menos a la población es que su «Plan» cuesta un pastón. Está costando un pastón a las arcas públicas, precisamente por ese empeño suyo de hacer de Cataluña un país independiente. La primera vía de agua económica es la que forman las embajadas repartidas por países como Francia o Estados Unidos y cuyos alquileres salen por un ojo de la cara, sin contar los emolumentos del personal adscrito a las mismas.

Mas, que procura no dejar nada al albur, afirma que si Cataluña no sale de la pobreza que empieza a ahogarla es porque le faltan importantes instrumentos. En apreciaciones suyas no recaudan impuestos y no dominan la tesorería. Eso es lo que quiere, un cajón más amplio para que la mano le quepa mejor. Y no lo estoy llamando corrupto, pero sí manilargo. El mejor ejemplo lo constituye la futura hacienda propia a la que aspira Mas y que arrancaría con una red de 53 oficinas de la Generalitat y las cuatro diputaciones catalanas. Pero su intención, tras el arranque, es que esa red de la agencia catalana llegue hasta las 152 oficinas.

Esas oficinas tienen que estar atendidas por personal. Otro gasto importante, porque en principio la nómina ascendería a 1.399 empleados. Pero mire por donde de esa forma tendrá su propia ventanilla única catalana que gestionará los tributos locales, los propios y los cedidos por el Estado que como se haga de miel acabará con el culo al aire. Todo lo que Artur Mas piensa y explica para acabar con el empobrecimiento de Cataluña pasa directamente por gastar mucho más dinero, por crear una tupida maraña de funcionarios y por quitar competencias no solo al Estado, también a las diputaciones provinciales. Si esa es la forma ideal de resolver el papelón que tiene desde su santo advenimiento al poder, que los catalanes se aten bien los machos porque lo que Montoro y demás compañeros de Consejo de Ministros nos han hecho no es nada, comparado con las vueltas de tuerca en forma de impuestos que Mas deberá aplicar para mantener el aparato. Y es que sus planes, hasta ahora, están basados en un gasto inaceptable.