Los suicidios aumentaron en España un 11,3% en 2012, llegando hasta los 3.539, la tasa más alta desde 2005. El impacto ha sido más alto entre los hombres (2.724) que entre las mujeres (815), un patrón histórico que, salvo raras excepciones, se viene repitiendo año tras año. No obstante, lo relevante de los últimos datos, publicados el pasado viernes por el Instituto Nacional de Estadística, es la constatación del crecimiento de los suicidios durante los últimos años. En la misma línea, la Asociación Española de Psiquiatría Privada (Asepp) ha advertido de un repunte de la tasa de suicidios en España desde los 10 casos por 100.000 habitantes que se registraban hace tres décadas hasta los 15 casos actuales, un aumento del 50% que se ha producido de forma progresiva, y que, como muchos temíamos, se ha agravado como consecuencia de los efectos de la crisis económica.

Incluso el Consejo General del Poder Judicial precisa en un informe que desde el inicio de la crisis económica se han efectuado 350.000 ejecuciones hipotecarias en España y las estadísticas indican que el 34% de los suicidios que se producen son por los desahucios. Por tanto, aunque los poderes públicos quieran silenciarlo, el impacto de la crisis económica y el desempleo descomunal están detrás de que las tasas de suicidios se hayan incrementado de manera tan alarmante durante los últimos años. Muchos pensarán que lo uno no tiene nada ver con lo otro y que cuando alguien toma la decisión de suicidarse es sobre todo porque sufre algún trastorno mental. Este argumento lo utiliza el programa SUPRE (Suicide Prevention) de la Organización Mundial de la Salud, dirigido a periodistas, que recomienda no informar sobre los suicidios y atribuirlos a deficiencias mentales, nunca a la opresión económica o la asfixia laboral. Sin embargo, la crisis no solo arruina, sino que además mata.

Que habitualmente no se hable de la proliferación de suicidios en España no debería llevarnos a esconder que, aunque no lo parezca, el suicidio es la principal causa externa de mortalidad en España, muy por encima de los fallecidos por accidentes de tráfico (1.915 en 2012), que han seguido con su senda descendente durante los últimos años. Ya en 1897, el sociólogo francés Émile Durkheim, en su conocida obra «El suicidio», constató que dicha tasa anual suele mantenerse constante o con cambios muy leves a lo largo de prolongados períodos. No obstante, mantenía que los picos o los valles acusados en las gráficas corresponden con acontecimientos como guerras o depresiones económicas. Y también se percató de que la tasa de suicidios es diferente de unos países y de unas comunidades a otras. Por ejemplo, en las sociedades católicas o judías había menos suicidios que en las sociedades protestantes o ateas. Por todo ello, Durkheim consideraba que la tasa de suicidios depende más del tipo de sociedad en la que se producen que de las circunstancias psicológicas de los individuos particulares que finalmente optan por quitarse la vida. Unas reflexiones que, en el momento actual, vienen como anillo al dedo.