Lamento discrepar de la presidenta del PP en Cataluña, doña Alicia Sánchez Camacho, mujer a la que, por otra parte, admiro por su postura firme y valiente. Trata esta señora de la enojosa amistad que parece existir entre algunos líderes de Esquerra Republicana de Cataluña y el gobernador de la colonia inglesa de Gibraltar, mister Fabían Picaso. El entendimiento entre el líder de Esquerra de Cataluña y el gobernante gibraltareño no le agrada a doña Alicia, porque ve que los ánimos que le quiere dar el catalán al británico no se reducen a las meras cuestiones relativas al fútbol, en las que los gibraltareños ya han conseguido tener equipo equiparable a los de las naciones soberanas -como España por ejemplo-; con las que pueden disputar los campeonatos internacionales. Al parecer, entra en juego en la materia amistosa de las cenas conjuntas el importante asunto de la independencia de Cataluña y Gibraltar.

Coincido con la señora presidenta de Cataluña en el malestar que puede producir la adecuación de esa colonia inglesa con el Reino de España, pudiendo medirse las dos selecciones en régimen de igualdad. Y no comprendo cómo el Reino Unido ha podido consentir que eso haya ocurrido; ha permitido que una colonia suya adquiera régimen de igualdad con la regidora del imperio. Por la parte contraria -la FIFA- no existe extrañeza alguna: los chanchullos que sufre el deporte en general por las decisiones de quienes lideran los asuntos particulares de las diversas modalidades no extrañan a nadie. Un ejemplo espectacular son las decisiones en materia de ciclismo, cuando se ha llegado a anular el primer premio del Tour de Francia, durante varios años de golpe, a un corredor; decisión que debió tomarse después del primer año, si eso era lo procedente. Y, existiendo el contencioso que existe entre España y el terreno de Gibraltar, no es extraño que monsieur Platini consienta algo que puede molestar a España. No suelen perdonarnos que nuestros futbolistas hayan conseguido ser campeones del mundo y en otros deportes hayamos alcanzado la misma categoría. Dicho todo eso, está claro que en ese punto coincidamos doña Alicia Sánchez Camacho y yo. Donde existe la discrepancia es en lo referente a la «independencia» de Gibraltar; de la de Cataluña ya se encarga don Mariano Rajoy. Procuraré ser claro al exponer mi argumentación.

Partimos de un hecho conocido por todos: En la Guerra de Sucesión, que se dio en España a la muerte de Carlos II «El Hechizado», Inglaterra, que vino en ayuda del austriaco don Carlos, en un golpe de mano -muy del estilo de la pérfida Albión- se apoderó de Gibraltar. Al final de aquella contienda dirimió las cuestiones el malaventurado Tratado de Utrecht. A pesar de que había perdido la guerra el patrocinado de Inglaterra, esta nación consiguió en el tratado holandés que se le reconociera el «status» de metrópoli sobre la colonia de Gibraltar, ubicada en el extremo sur de España. No obstante, el dominio concedido estaba sometido a varias condiciones: una de ellas -que España no ha exigido en tanto tiempo- es la limitación del terreno concedido, con el cual no iba aparejado el dominio sobre las aguas circundantes ni tampoco tierra exterior al Peñón. Y otra condición, de la que hasta el momento no se ha dado ocasión, es que, en cualquier mutación que existiera sobre la situación de Gibraltar, España tendría derecho preferente para proceder a la anexión de la hasta entonces colonia inglesa.

Esta condición tan importante es la que entraría en juego si, animados por el apoyo de Esquerra Republicana, los gibraltareños negociaran y consiguieran su «liberación» del Reino Unido. Si consiguieran tal independencia, España obtendría su derecho sobre ese territorio por uno de estos dos procedimientos: 1.º Tal vez consiguiera hacer valer su derecho sobre Gibraltar apoyándose en tal condición. 2.º En caso contrario, la potencia bélica de Gibraltar, malquistado con el Reino Unido por su alejamiento, no resistiría un ataque en regla de la potencia bélica -aunque bastante pobre- del Reino de España. En una palabra; que tendríamos que agradecer a los líderes de Esquerra Republicana haber despertado en Gibraltar el afán independentista que concedió -porque allí no existía el problema que aquí se da con España- la independencia a los hoy poderosos Estados Unidos de América del Norte.