El pasado día 30 de diciembre entraba en vigor la Lomce. Aunque su puesta en marcha será progresiva con su implantación en el curso 2014-2015 ofrezco un análisis crítico en torno a la misma, analizando el planteamiento de la asignatura de Religión y todo ello, en el contexto más amplio de una situación de crisis económica, social, política y sobre todo de valores, que no podemos olvidar comenzó en el año 2007, después de haber enviado al baúl de los recuerdos los informes de los inspectores del Banco de España en 2006 que advirtieron de las consecuencias de una burbuja inmobiliaria transnacional y su repercusión en España.

En primer lugar hay que leer bien entre líneas. En la Exposición de Motivos la pretensión de la ley es mejorar la calidad en la educación ante el actual fracaso escolar promoviendo el esfuerzo y la lucha contra el abandono escolar, la flexibilización de las trayectorias, el dominio de una segunda o tercera lengua, la revitalización de la formación profesional, la formación de personas activas y emprendedoras, adquiriendo desde temprana edad competencias transversales. Estas podrían ser a priori las razones suficientes que han llevado al legislador a plantear e impulsar esta reforma.

Si la educación se basa en las capacidades de las personas podría ser, dicho así, un fin laudable, sin embargo, en el fondo se esconde un modelo determinado de persona al decir expresamente que «es la competitividad y el esfuerzo por construir una persona que sirve solo en función de los objetivos de producción y resultado económico, una sociedad más abierta, global y participativa demanda nuevos perfiles de ciudadanos y trabajadores más sofisticados y diversificados», justificándolo con dos razones. Primera: ante la necesidad de un crecimiento económico: «mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y un futuro mejor». Y segunda para fundamentar una igualdad y justicia social: «el reto de una sociedad democrática es crear las condiciones para que todos los alumnos puedan adquirir y expresar sus talentos, en definitiva, el compromiso con una educación de calidad como soporte de una igualdad y justicia social». Pero? ¿la educación consiste en esto?

Estando de acuerdo en la consideración de un Estado del bienestar donde todos los ciudadanos podamos acceder sin diferencias a la educación, el fin no justifica los medios. De este modo se vulnera el art. 27.2 de la Constitución porque el objetivo de la educación no será el pleno desarrollo de la personalidad humana, como así reza dicho artículo constitucional.

Por tanto, hemos de recordar cuáles son los objetivos de la educación en la escuela. ¿Podríamos convenir en los siguientes?: «a) cultivar un asiduo cuidado de las facultades intelectuales, b) desarrollar la capacidad del recto juicio, c) valorar el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas, d) promover el sentido de los valores, e) preparar para la vida profesional, y f) fomentar el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión. Todo ello ayudará a conseguir unos resultados de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana». Son objetivos señalados desde el Concilio Vaticano II en la Declaración Gravissimum Educationis n.º 5.

Esto quiere decir que la educación es una ardua tarea de orientar a que las personas lleguen a ser lo que deben ser. Se trata de una tarea de personalización (espiritual, intelectual, afectiva, volitiva, corporal, social) y esto no será posible sin saber lo que es el hombre y cómo es, hacia dónde se le debe conducir y cuáles son los principales caminos para ello. Si el educador entiende a la persona en sentido integral no estará al servicio de otros fines. El objetivo no puede ser la capacitación, ni la socialización, ni mucho menos la expendeduría de títulos como se entrevé en la ley. La educación no puede ser adiestramiento, habilitación o preparación técnica. Esto no es educación.

El papa Francisco afirma en su última Exhortación: «Y ante los medios de la sociedad de la información y la tremenda superficialidad a la hora de plantear cuestiones morales por ejemplo, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores (cfr EG n.º 68).

En segundo lugar: ciertamente el fracaso escolar según los informes PISA en los últimos años siempre han dejado a España en la cola de Europa a pesar de que se ha ido aumentando el gasto en educación. ¿saben cuánto? Ni más ni menos que 51.000 millones de euros. Por tanto, las causas de dicho fracaso no serán por una despreocupación económica de los diferentes gobiernos.

A su vez, los informes de Cáritas Española señalan que la pobreza ha ido en aumento desde finales de los años 90 hasta llegar hoy a unos tres millones de pobres. Nadie ha puesto remedio, sino sálvese quien pueda. Con lo cual, la crisis escolar podría estar muy en relación con una crisis económica que es fruto de una falta de supervisión de los responsables públicos que sin ser eficaces e independientes han sido teledirigidos o elegidos por libre designación personal atendiendo a otros intereses que no son los del bien común y donde los únicos que se han salvado son la clase política y los banqueros, que han empleado los criterios del afán de poder por unos votos y la codicia en los beneficios. Estamos gobernados por personas, a escala mayor o menor, que están viviendo a costa de los ciudadanos. En muchos casos, no saben lo que es estudiar una carrera universitaria o acceder a un puesto de trabajo por oposición o ser autonómo o tener un trabajo como cualquier persona? ¿se han planteado reformas serias en estos dos ámbitos, en la política y en la banca, que sean ejemplo para el ciudadano de a pie? ¿Por qué digo esto? Sencillamente porque en todo este contexto son los débiles, niños y jóvenes, quienes al final pagan los platos rotos y sufren. Y no me interpreten mal, porque son responsables todos, los de un color y los de otro.