En su mensaje navideño el rey ha salido una vez más por los fueros de la unidad. «Juntos podemos» es un buen lema para esta gran empresa nacional que es España. Empecinado en su inviable proyecto, Artur Mas ha replicado al monarca: convivencia y libertad. ¿Cómo puede invocarse la convivencia cuando se reclama libertad para romper la secular unidad que ha sido fundamento y garantía de un convivir en la diversidad? Afirma el «honorable» que en Cataluña siempre se ha favorecido la convivencia de todos; pero no reconoce que esa necesaria virtud social está en peligro entre los propios catalanes, por la acción nefasta de políticos ambiciosos, mestureros y separadores. «Libertad o muerte», es el dramático dilema de los cretenses que da título y asunto a una famosa novela de Niko Kazantzakis. No parece que Artur Mas haya sido tentado por sueños épicos, aunque bien pudiera ser que aspirara al título de Libertador de un pueblo que con machacona insistencia es presentado como oprimido por la imperial España. Quizá pocos ven en este hombre de aparente talante pacífico, un arriscado revolucionario de barricada o un violento golpista; nadie espera que resucite el temible «¡Desperta, ferro!» de los legendarios almogávares; sin embargo, ante la tumba de Francesc Maciá ha cantado la retoricista amenaza de las hoces curvas.

Al día de hoy la preocupante cuestión catalana sigue en el campo de la política, esto es, sometida a diálogo inútil de sordos. Pero Mariano Rajoy riñe la batalla (es un decir) sin otras armas que el discurso abundante en solemnes invocaciones a la soberanía nacional y en reiteradas promesas de hacer cumplir la Constitución; un discurso que no se oye en Cataluña porque los medios de comunicación ponen sordina. Artur Mas defiende sus decisiones con palabras y hechos; parlotea incansable y no deja de dar con el mazo. A la vista de todos, va configurando el Estado de sus sueños con la creación de organismos «nacionales» que espera poner en funcionamiento total, más pronto que tarde. Llegado (si es que llega pues parece que no) ese momento estelar para los separatistas, nadie dentro o fuera del país, podría manifestar sorpresa salvo en casos de torpe tartufismo; solo diría verdad el madrileñín castizo: «pero si esto estaba cantao...». En los días augurales de la Transición circuló por los mentideros periodísticos este pesimista pronóstico de un político renuente y temeroso: «Maura dijo que prefería una España roja a una España rota; yo, ni rota ni roja»; pues bien, lo de roja... ustedes me dirán, lo de rota «se ve venir» si el tiempo y la autoridad competente no lo impiden. ¿Qué otra cosa podrían esperar los «gobiernos de Madrit» de una política continua de concesiones, dejaciones, contemplaciones y puntuales contubernios con los soberanistas por intereses de partido? El enfermizo afán por tenerlos contentos no es novedad: diecisiete veces visitó Franco Cataluña con el resultado que luego se vería. Y en los albores de la Transición Tarradellas fue invitado con razones convincentes a regresar del exilio francés para presidir la restaurada Generalitat; al menos, respondió con catalana caballerosidad y prudencia ejemplar. Pero después de su muerte, el esperanzador ensayo no continuó.

En el día de Navidad Artur Mas ha rendido homenaje devoto a la memoria de Maciá en su tumba. Don Francesc fue un luchador por la causa, fracasado; apostó por una república catalana que duró lo que un suspiro; y corto en horas fuel el «Estat» proclamado por Companys. Diríase que es un sino desgraciado de Cataluña apostar al caballo perdedor; Cataluña apoyó al aspirante que sería derrotado en la Guerra de Sucesión, que no de secesión como se tergiversa con burdas manipulaciones de la Historia. La cosa es que el soberanismo catalán ha llevado a cabo una larga, inteligente y eficaz labor de pedagogía, favorecida por la incompetencia, desgana y flojera de quienes estaban y están obligados a informar correctamente y proteger a los catalanes, y a deshacer entuertos de evidente falsedad y malignidad; es mentira que España tenga sojuzgada a Cataluña y que los españoles de otras tierras mantengan algún tipo de ojeriza a los catalanes. Al contrario; a muchos les gustaría vivir y prosperar en Cataluña; puedo dar fe de que sueña con volver el que inevitablemente fue ganado por Barcelona, la seductora del poeta. ¿Estaría dispuesto Artur Mas a pedir que todos los españoles decidan en referendo si desean vivir juntos? Todos formamos parte importante de un todo nacional; a todos nos asiste el derecho a decidir.